Negro

Llegas y despierto. Sólo entonces me doy cuenta que estaba dormido detrás de las páginas de un libro. Hola. Hola. Vistes de negro. Perfecto, recién estrenado negro. Cheto. Lustroso. No te digo lo que siento en este preciso instante: estás hermosa. No, digo en cambio: te vez muy graciosa. Vos y tu falda negra y tu poluver negro y tus zapatitos celestes con un moño rojo. Eres las mujer más bella de este jodido mundo. Lo sufro. Tu belleza me duele. Si me invitas a un té, vamos al café de la esquina. Si me pides que te acompañe a la Luna, te sigo. Te cargo en brazos y te llevo andando. Pero no digo nada. Sería el colmo ¿Es esto amor?, me pregunto mientras te observo caminar de un sitio a otro como un pequeño animal salvaje en busca de alimentos. Quizás no sea amor. Quizás sea una obsesión. Un puzzle en 4D. No, esto es algo mucho más complicado: es un desastre.

La verdad acerca del sexo virtual

Aunque se presuponga lo contrario: no hay sexo en internet. No existe el sexo on line. Si acordamos que la sexualidad implica el establecimiento de un nexo, de una suerte de vínculo, aunque este resulte en uno perverso, el sexo virtual es apenas la métafora del sexo real. Tal vez menos que eso.
Alguien ha suspirado con alivio: con el sexo virtual se han acabado las pestes, ya no necesito usar preservativo, el sexo on line me ha liberado de todos los males, olvidando acaso que “tener” sexo virtual es “no tener” sexo en absoluto.
El sexo on line, ese que se desliza sobre la pantallla LCD, es el equivalente a manejar un Fórmula 1 en un videogame cuando, en realidad, lo que se quiere y se pretende es manejar un auto de verdad.
Pero, y aquí es donde los caminos se separan, a nadie se le ocurre que conducir un programa en 3D, es un acercamiento al circuito profesional. Es un juego, una diversión, una dispersión de la mente que no hiere a nadie. A partir de ese punto tampoco hay quien se sienta con derecho a pontificar acerca de cómo correr un Fórmula 1 o incluso un auto cualquiera. Pensemos en que un chico no le explica a su padre cómo agarrar una curva en velocidad sólo porque él lo hizo en un simulador.
El sexo virtual aparece como un consuelo a los miedos represivos, a las imposibilidades (tratables por un buen terapeuta) de quien no encuentra una salida auténtica a su deseo y como un reforzamiento de las conductas masturbatorias que en los últimos años parecen haberse expandido.
Establecer la validez de este consuelo lllevaría a un debate más aun extenso. Imagino que descubrirse parte de una caracterización (al estilo Matrix) después de haber tocado la piel ajena no debe ser una conquista menor.
Si los 60 se caracterizaron por una apertura de las costumbres sexuales, una apertura que a los latinoamericanos y a los hispanoamericanos parece haberles llegado en los 80, el nuevo siglo podría ser definido con el signo de la prevensión hipócrita.
Dudo mucho de que haya más sexo hoy que en los 80, lo que si es cierto es que a pesar de ello, ahora la sexualidad aparece revestida de empalagosos estereotipos que no se corresponden con los cuerpos y las almas de quienes  andan por la calle.
El contacto erótico está precedido por un peligroso estado de decepción. No son pocos los torpes que creen religiosamente que el continente del otro, y por lo tanto la excitación en sí, debe homenajear de un modo u otro, a Pamela Davis.
Mientras, a su vez, Pamela Davis homenajea a su cirujano plástico.
Cuanto más insistimos en un sexo moral y definitivo (ese que le pide a los curas una castidad que no pueden sostener, y a las parejas a un plan de vida monogámico que los ata para siempre incluso más allá de la muerte), más arremetidas eróticas virtuales tendremos y probablemente, más escaramuzas, dolientes y despojadas de sentido, en el universo carnal. La ferviente actividad travestil, empujada hacia automóviles veloces manejados por hombres de cuello y corbata, debe tener una explicación que anda por ese lado.
Cuanto más insistan los medios en sacralizar fragmentos corporeos de las estrellas del momento (senos operados, músculos abdominales trabajados y maquillados, pieles y expresiones revizadas por la tecnología del computador), más chicos, jóvenes y adultos tendremos pegados a las pantallas como  moscas a la luz potente de un proyector.
El padre familia obnubilado por la increíble plasticidad de una pareja de malabaristas chinos. El adolescente que no puede creer el tamaño del miembro de un actor porno. Son pasajes mentirosos tanto como una película de “King Kong” (y sabe dios cuantos King Kong andan sueltos en el “pornotube”). En tanto se queden en ese estrato, servirán como aventuras sin correlatos posteriores. Pero cuando esto se olvida, y uno puede suponer que ya está sucediendo, los prejuicios, los desengaños y la estupidez quedan a la orden del día.
El sexo irreal no nos ayuda a ver ni disfrutar del sexo a secas ¿Un disparador? Bueno, ya me dirás que tan maduros sos en el uso de tales estimulantes.
El sexo tiene virtudes que lo convierten en una epifanía: implica riesgo, descubrimiento, te desafía a transcurrir hacia lo ajeno para volverlo propio (aunque sea por un instante).
El sexo te desafía a vivir una aventura a punta de deseo.

La lección de Obama

obama

Barack Obama quedará en la historia como una figura inaugural en muchos sentidos. Que haya sido el primer hombre de color en llegar a la presidencia de los Estados Unidos es apenas uno. La manera en que se enfrentó al desafío comunicacional de lograr la atención de las nuevas generaciones es otro y no el menos interesante.

Es sabido que los jóvenes y los jóvenes adultos no habitan los mismos espacios que los cuadros políticos más conservadores. No usan las mismas ropas ni mucho menos escuchan la misma música. No hablemos de los gustos televisivos.

En definitiva, entre un joven del siglo XXI y un político tradicional hay casi tantos puntos de coincidencia como los que existen entre un pibe cualquiera y sus abuelos. Obama y sus asesores eran fuertemente conscientes de esta brecha.

Si la montaña no va a Mahoma, pues ya se sabe cómo sigue el cuento. El punto es que los políticos de los más diversos países comienzan a dirigirse hacia el punto focal de los jóvenes. Si uno quiere ubicar a un joven ¿cuál debería ser el lugar más apropiado para encontrarlo? Pues, sí, la net.

En ese espacio onírico (o cuasi) viven, descansan, se relajan y hasta trabajan. Pensando en esto, Obama desarrolló una fuerte campaña de marketing digital que implicó la utilización de: Facebook, YouTube, MySpace y Twitter. Donde quiera que un chico de la flamante generación de potenciales votantes estuviese, ahí decía «Hello!» Obama para asegurar que «el cambio era posible».

Obama gastó medio millón de dólares en anuncios en Facebook. Desde el fin de la campaña su popularidad siguió creciendo llegando a los 4 millones de amigos. Durante las elecciones su centro de operaciones envió cerca de 13 millones de e mails.

El formato del mensaje tampoco podía ser el mismo y en esto Obama y los suyos también hicieron escuela. El político americano siempre se mostró ante el ojo web conciso, despojado y sin intereses extraños (algo con lo que George W. Bush hizo otra escuela) ¿Desean un típica postal familiar? Ahí tienen: Ccon los pies sobre la mesa ratona mirando los noticieros, acompañado por sus hijas (que en la Casa Blanca pueden y deben hacerse la cama) y su fiel y elegante esposa.

Resulta curioso ahora recordar aquellos largos discursos que mantenían por horas y horas a los antiguos políticos sobre un púlpito. Sus exclamaciones viscerales. Sus arrebatos de ira. Su pasión denodada. Ahora en cambio, el mensaje es poco menos que el medio. Una línea de 140 caracteres, un link, un emoticón alcanzan y sobran para definir un estado de las cosas. Las grandes exclamaciones están fuera de lugar.

Por otro lado, existe un tipo de contacto (habrá que ver luego si es imaginario o no) entre el político y su gente, que antes estaba vedado, por actitud y por la nulidad de estas tecnologías. ¿Qué está haciendo Obama por estas horas? Pues, sólo hay que ir a su Twitter y ahí lo descubrirán velando por los destinos del planeta. O al menos eso les gusta creer a los americanos.

A Bill Clinton una camarita en la Sala Oval lo hubiera vuelto aun más popular y más réprobo, por cierto (uno puede imaginarse el YouTube de sus correrías amorosas clandestinas). A John F. Kennedy tal vez lo hubieran mostrado dándole un pellizcón a la bella Marilyn. De hecho, hay una fotografía de Richard Nixon en plena crisis del Watergate que, ¡oh Dios!, lo sintetiza absolutamente todo. Quién sabe, otras épocas.

Por supuesto, no se trata solamente de «estar» sino de «qué» decir. Es obvio que pertenecer a un universo que hasta hace muy poco quedaba muy lejos del mundo político marca la diferencia entre unos y otros pero el verdadero desafío es cómo introducir una intención confiable en ese escenario.

Una de las primeras reglas que deberían conocer los políticos, y viene de larga data pues estaba en los mandamientos que recibió Moisés, es: «No mentirás». Porque al tiempo que los nuevos canales digitales conectan a ese político y sus posibles votantes, que no son otra cosa que la temida «Opinión Pública», todo lo que digan, escriban o hagan quedará registrado en la web. Y ya es vox populi: en la red nada se borra, los «objetos» sólo cambian de lugar.

Pongamos el caso de Aníbal Ibarra, que hace un tiempo fue descubierto mientras organizaba una «micro» campaña de salutaciones «justo» cuando caminaba por la calle con un movilero de televisión. Su «no manden más gente», dicho en susurros por su celular, no quedó enterrado en el horario marginal de un noticiero. A pesar de todas las desmentidas y explicaciones que dio el propio Ibarra durante días, nadie le creyó. YouTube sirvió como el hacha del verdugo. El video se reprodujo a través de miles de usuarios que consideraron inadmisible el comportamiento del político.

Habrá que ver cuántas veces el disparo de esta exquisita arma terminará saliéndole por la culata a su usuario.

Estudiar, trabajar y escuchar a Michael

michaeljackson

Esta columna fue escrita por Guillermo Muñoz, destacado periodista chileno que además trabaja en el área de Comunicación de la Universidad de Magallanes (XII Región, Chile).

Por Guillermo Muñoz

Es cerca de la medianoche cuando empiezo a escribir estas líneas y me doy cuenta son las mismas que inician la canción Thriller. Hace pocas horas se acaba de anunciar la muerte de Michael Jackson y CNN se vuelve demasiada entretenida cuando acontecen noticiones como estos. Me llama mi hermana para felicitarme por mi santo y de paso me dice que Catalina, su hija más pequeña, también le gusta Michael Jackson y le ha pedido que le regale un disco. Cualquiera. Lo importante es que sea… de Michael Jackson.
Jackson ha muerto a los cincuenta años, hermosa edad para morir. Ni más, ni menos. No fue a los 51, 60, ni 72. Inaudito sería un siglo, pero todos sabemos que no existe artista pop que dure cien años. Por eso, cincuenta está más que bien. Ni más ni menos.
Exactamente hace veinticinco años yo tenía catorce e ingresaba a la enseñanza media. Había aprendido a bailar en fiestas hace poco menos de un año con la canción “Eyes of the Tiger” del grupo Survivor que era el tema principal de Rocky 3 cuando se enfrentaba a Clubber Lang y por fin me enteraba quién era el famoso Mister T de la serie Los Magníficos que no llegaba a la televisión de Natales. Después lo haría con Flashdance, Yazoo y Stix con su famoso Mister Roboto. Aparecería nuevamente Travolta ahora dirigido por Stallone en Sobreviviendo con “Far from over” cantado por su hermano Frankie. Todo eso. Y bueno, si bien yo no era Gene Kelly, al menos sabía lo esencial: marcar el paso. Creo haber sido uno de los primeros adolescentes de natales en saber algo de Michael Jackson. Hojeando revistas casi un año antes (1983) descubrí la foto de un muchacho negro con un traje blanco atravesado de lado a lado por la palabra Thriller escrita en letras manuscritas con la iconografía de un autógrafo. Guardé silencio y recordé el nombre. Meses después a este mismo muchacho lo vería subir una y otra vez a los estrados de entrega de los Grammys en una transmisión diferida presentada por Rodolfo Roth en el Magnetoscopio Musical. Me llamó la atención el vestuario colorido y brillante, no porque lo desconociera, sino porque me recordaba irremediablamente los vestuarios que utilizábamos en la enseñanza básica para las representaciones teatrales sobre la Independencia y las arengas de Bernardo Ohiggins. Tiritas de lana colgando desde unas hombreras y el color azul azulado. Después de él aparecería Boy George, Club Country, Herbie Hancock con sus extremidades mecánicas interpretando Rock it. A pesar de lo poco que me importaban los grammys, se volvería un mundo alucinante que yo propondría como idea para elegir al estudiante más popular, el más intelectual, el profesor más simpático, la pareja más popular y que imaginaba con alfombra roja, glamour nocturno y al cual bautizamos junto a la Paola y el pato como los premios “Clase”. Lo mejor de todo, es que era en tiempo de los milicos, cuando no se podía votar y sin embargo votó todo el liceo y el premio era: un lápiz parker.En definitiva, le mandamos un gol de media cancha a las autoridades del colegio gracias a Magnetoscopio, los grammys y por supuesto..a Michael. Un mundo alucinante que después se repetiría en nuevos grammys, music awards, mtvs y todas las “awards” venidos y por haber. De ahí a natales y las fiestas liceanas solo un paso. Comenzó todo muy tímidamente. Algunos calcetines blancos, pantalones negros ajustados entre el tobillo y el peroné. Podrían ser mocasines o zapatos negros caña baja. Que más da. En la oscuridad nadie nota la diferencia. Después sería el Yoki estilo cafiche de Koyak o Las calles de San francisco y una caminata menos encorvada con leve movimiento de manos a la altura de la cintura. Nunca adherí a esa moda, por dinero e introversión. Porque estaban quienes bailaban mejor que yo y era habitual escuchar que el chico más popular del liceo era aquel que bailaba igualito a Michael Jackson, de igual forma como escuchaba años atrás en las fiestas de los amigos de mi hermana que ese otro chico bailaba a lo Travolta. Pero en la clandestinidad de mi humilde pieza y frente al espejo del comedor, bailaba como él, golpeaba la rodilla con la palma de mi mano como él y fuí el adolescente más feliz cuando aprendí ¡¡después de mucho esfuerzo!! A deslizar los pies hacia atrás ¡¡paso mágico y deslumbrante que nos hacía sentir como en la superficie de la luna!! Me fanaticé por Beat it, después Thriller y finalmente Billi Jean..seguí con Say Say Say y volvía una y otra vez a Billi Jean. Después algo nos pasó. Un poco de saturación, más información y ruido adolescente. Yo me fui hacia Duran Duran, otros marcharon a Cindy Lauper y hay quienes emigraron hacia Iron Maiden o Judas Priest. Pero también fue el tiempo que aprendí que las pandillas llegaron a Magallanes o quizás siempre existieron, pero ahora tenían símbolos y nombres del cual aferrarse y construir una identidad. Así supe de los Thriller, famosos porque destruyeron un quilombo una noche de juerga. De espaldas en los titulares de los diarios. Jóvenes que se juntaban en las esquinas y que podrían haber sido identificados simplemente como los de la dieciocho, pero decidieron llamarse como el disco y el tema que más los representaba ¿Acaso no ha de pertenecerles aquella línea que dice “It’s close to midnight and something evil’s lurking in the dark…”
También recuerdo a Moisés, atleta natalino de los que entrenaba Penchi, que nunca llegó a un sudamericano, tan solo a un patagónico y que lo veías correr entre la bruma natalina a eso de las once de la noche con una camiseta musculosa tal Marlon Brando escapado de la pantalla en “Un tranvía llamado Deseo”. Moisés fue leal por varios años. En él no paso ni llegó moda nueva. No llegó el heavy metal ni el rock latino. Solo fue para uno. Para él. Para Michael. Lo recuerdo llegando al funeral de Aníbal, un liceano muerto en un paseo de fin de curso. No llegó como un chico cualquiera. Mientras nosotros escoltábamos la entrada del liceo, desciende de un taxi tal artista arribando a la entrega de los premios Grammy. Iba vestido con el traje típico de él. De Michael. Y esa caminata¡¡ oh Dios!! ¡¡Y esa caminata!! Para Moisés faltaron los flashes que nunca tuvo en sus triunfos como atleta y la alfombra roja que nunca llegó cuando salió del liceo. Tampoco estuvieron cuando lo sacaron de urgencia tras haber quedado su mano atrapada en la maquina amasadora de la panadería donde trabajaba a altas horas de la noche. Las malas lenguas dicen que entre tanto footing, escuchar a Michael, estudiar y trabajar, se quedó dormido con la mano en el mentón. La misma que cayó en desgracia hacia el abismo de la expresión natalina de la revolución industrial.
Y así pasó Michael Jackson por Natales, como bien dice el título de una película italiana que anuncia que Cristo Pasó por Evoli. Se le recordó con cariño hasta antes de salir del liceo en el año 1987. En esos meses de crepúsculo, sale a la venta su disco Bad. Pero ya nada era lo mismo, nuestros vestuarios, peinados y formas de caminar. El rock latino había calado hondo en nuestras conciencias y patear piedras se convertía en una palabra peligrosa. Sin embargo, reconozco que me gustaron más sus discos, más sus singles, más sus extravagancias y no puedo desconocer que aprecié enormemente sus baladas, aunque dijera puras huevadas ¡¡que tremendas baladas!! No sé si fue Rey del Pop, porque el pop es tan cambiante que difícilmente se puede ser monarca absoluto de un reino que nunca es igual.. Así como tampoco creo que Madona sea la Reina del Pop. No..no..no..no…..Y así fue pasando Michael Jackson y lo único que escuché de él en Santiago fue el verso inspirado de Ubiergo cuando canta que “…Michael Jackson es más blanco y más negro mi pulmón…”. De ahí al 93. Estaba en Santiago, pero no tenía plata. Pronto me iría a la Ufro y cambiaría radicalmente mi vida. De ahí no supe más hasta que llegó Dangerours ¿Por qué siempre un monosílabo Thriller- bad- dangerous. Invencible- history???? y pensé ¿será rey del pop? Me respondí que no. No había escuchado a ningún otro intérprete cantar sus temas como las de Elvis, Bob Dylan o John Lennon. Solo me extrañó que Caetano Veloso sustituyera el Bossa Nova y decidiera interpretar con su guitarra una carnavalesca versión de Black and White. Y lo demás es historia conocida. Sus escándalos, fracasos y abierto descenso al mundo de su denigración. Y ese rostro de mimo resquebrajándose en el apocalipsis de la cirugía plástica. Había escuchado de sus nuevos conciertos. Serían cincuenta. No pagaría por uno de ellos. Pero pagaré por los titulares de mañana y agregaré un nuevo titular a mi colección de titulares históricos: las muertes del. 11 de septiembre del 2001, la de Christopher (Superman) Reeve y la de Pinochet. Quizás soy un morboso con la muerte ajena. Hace unos meses le regalé a mi amigo Héctor un afiche con el titular del Diario The Sun que anuncia KING ELVIS IS DEAD. No haría lo mismo con el titular de la muerte de Michael. Quizás mi hijo Samuel se lo regale a alguien en 25 años más, cuando Jackson sea lo que en pocos minutos ha comenzado a ser: un ídolo. Pero no pagaría por eso. Sí pagaría por volver a natales 25 años atrás, estar en una fiesta liceana y volver a ver a todos aquellos que hoy dicen ser metaleros hasta la muerte, madonneros hasta el final o vanguardistas hasta la inconciencia. Porque los ví en cuerpo y alma vestidos con mocasines, calcetines blancos y un joki de segunda sobre sus cabezas. Los ví caminar chocando las rodillas, levantar el pie y mover las manos como repartiendo naipes en un partido de truco. Pagaría por ese momento y después de eso recordaría la carcajada de Vincent Price que finaliza “Thriller” y anuncia que después de la medianoche los muertos se levantan de sus tumbas.

Adiós al rey del pop

Dormido en su cápsula del tiempo Michael Jackson soñaba con vivir hasta los 150 años. No pudo ser. Se fue ayer de un paro cardiaco a los 50 y su final estuvo precedido por una interminable secuencia de transformaciones fantasmales. Dicen que cuando la noticia se hizo pública en Times Square de Nueva York se escuchó un gemido colectivo que venía de la gente apostada en la calle.
De Jackson se dijeron muchas cosas y hasta unos días atrás ninguna buena. Hubo un tiempo en que su vida estuvo colmada de alabanzas. Entonces se erigió sobre un trono tan vasto y millonario que aun en su decadencia post fin de milenio conservaba aire para no abandonar la carrera de los elegidos.
Justo en su momento de mayor gloria comenzó a cambiar. Subió una y mil veces al escenario de los Grammys para romper un récord de estatuillas en los ’80.
Pero Michael nunca se sintió conforme consigo mismo. Pronto se echaron a correr los rumores. Las fotografías lo revelaban cada vez más blanco. Su nariz fue perdiendo grosor. Su rostro se volvió tenso y brillante.
Michael Jackson inauguró el verdadero mito bizarro de su persona el día en que dio a conocer que dormía en una cámara especial que le permitiría preservarse más de un siglo. Con ese argumento justificaron sus conocidos el «desteñimiento» y con una obsesión por su hermana -La Toya- la rarísima operación nasal.
De adulto joven a niño eterno. De superestrella excéntrica a pervertido. De cantante vendedor a figura ausente de los charts para las nuevas generaciones. De exótico a patético. De negro a blanco.
Hace unos años un chiste radial decía que la policía norteamericana había encontrado sólo una cosa rara en la propiedad de Michael Jackson… Michael Jackson.
Su rostro payasesco, una careta ridículamente similar a la de «El Guasón», sus acciones de hombre psíquicamente enfermo, sus obsesiones de artista «quemado», borraron a medias una carrera artística increíble.
Existe un paralelo entre estos cambios físicos y la decadencia su carrera. Después de “Bad” fuimos testigos de constantes recopilaciones (alguien en la industria había confesado que sólo con sus recopilaciones Michael tendría dinero por muchos muchos años): “History: Past, Present and Future – Book I” (1995), “Invincible” (2001), “Number Ones” (2003), “The Ultimate Collection” (2004), “The Essential Michael Jackson” (2005), “Visionary – The Video Singles” (2006), “Thriller: 25th Anniversary Edition” (2007) y “King of Pop” (2008).
Jackson fue uno de los últimos dioses del pop que habían llegado a la cúspide sobre todo por sus enormes cualidades naturales antes que por los aparatos de marketing que hoy hacen, construyen y elaboran hasta las últimas consecuencias a un ser denominado estrella.
A través de su vida y de su carrera Michael Jackson nunca dejó de ser un genuino Michael Jackson. Y esa fue su gloria y su perdición.

http://www.lacortedelreydelpop.com

Anthony Bourdain: punk chef

bourdain

http://www.anthonybourdain.net/

http://en.wikipedia.org/wiki/Anthony_Bourdain

Hace ya nueve años que Anthony Bourdain cometió una transgresión capital, viniendo sobre todo del universo de la gastronomía, escribió el mayor manifiesto anti cocina publicado hasta hoy. En verdad, lo que Bourdain hizo fue relatar el Lado B de la Alta Cocina. Poner al frente todo aquello que sucede detrás de la barra de caoba y aun más allá.
¿Y qué ocurre más allá? Pues todo lo que usted no querría saber de un restaurante donde los platos arracan en los 300 dólares. Cómo era de esperar, o no, el libro fue un suceso de ventas y a su vez convirtió a un hasta entonces respetado cocinero en una celebridad. Corría el 2000.

Luego de la celebridad, le llegaron la fama, las entrevistas tontas con preguntas ignorantes, el divorcio, (veinte años de casado), sus cambios de hábitos nada saludables por otros apenas saludables (como pasar de tres paquetes de cigarrillos al día por ninguno) aunque conservando una notable capacidad para beber. En fin, fue bautizado con el síndrome que aqueja a toda estrella pop.
Bueno, no tanto. Porque Anthony Bourdain continúa saltando de un mercado de comidas al otro con la contagiosa alegría de un chico al cual le han regalado un vale de compras en la mayor juguetería del planeta.
¡Ah!, pero cómo: ¿aun no sabe quién es Anthony Bourdain? ¡Bourdain, el de “Sin Reservas” que pasan por Travel & Living! El flaco alto, canoso, con voz de locutor trasnochado. El que escucha punk rock mientras cocina. Ese tipo extraño que hizo de su pasión por la comida un programa de televisión, y de la televisión una vidriera que lo volvió tan popular como a algunos de los mejores chefs del mundo. Un hecho por demás curioso porque a él no parece interesarle una estrella Michellin. “Cocinar es tener control. A eso he dedicado mi vida. Pero viajar y comer es dejar que las cosas pasen”, dijo alguna vez Bourdain.
Aunque su apellido es de origen francés, Bourdain es tan americano como un talk show. De tantos otros chefs parlantes que habitan y han habitado la pantalla, es el que mejor se las arregla para continuar ahí, en un escenario intergaláctico que todos queremos fisgonear. Un típico gringo curioso, hispano parlante, abierto y temerario a la hora de escoger sus comidas. Ya lo ha asegurado Bourdain, él es de aquellos pocos capaces de comerse un pez globo -uno de los platos más peligrosos que existen- justo antes de tomarse un avión.
“La comida es la forma más rápida y sencilla de acostumbrarse a un nuevo lugar o a una cultura desconocida. Cuando te sientas con la gente y pruebas su comida, el mundo se te abre de una forma poco habitual. La gastronomía es, después de todo, lo que mejor puede representar a un país, a una cultura, a una determinada región o a la personalidad de alguien”, ha dicho el chef.
Estudió en un famoso instituto americano y antes, en el medio y después trabajó en la coqueta costa americana donde se recibió de muchas otras cosas que están indirectamente relacionadas con la cocina. Por ejemplo, se tituló de yonqui. Su pasión por la heroina lo tuvo a mal traer cerca de una década hasta que un chef excepcional,  lo sacó del mal camino. En el restaurante de su mentor, Bourdain encontró fuerzas secretas para continuar haciendo lo que mejor sabe: cocinar y andar por ahí.
Trabajó en cuantos tugurios y restoranes, desde decentes hasta lujosos, uno pueda imaginar. Y aquí su historia recuerda, aunque sea levemente, a la de Tom Waits mucho antes de volverse el Tom Waits que todos conocemos y amamos. En una de sus tantas anécdotas, el cantante recordaba una época en la que trabajaba en un casino de mala muerte. Cada noche él estaba al piano rodeado de tristes perdedores. Hasta que un día los dueños pintaron la pileta de negro con la idea de tapar lo obvio. “Ese día renuncié”, dijo alguna vez Waits a la televisión brasilera. Bourdain también tuvo no una sino varias veces su “pileta negra” de la cual salió nadando a toda marcha.
Su periodo de oscuridad antes de la redención no fue corto. Bourdain, como los viejos rockers, vivió para contarla. Poco a poco comenzó a escalar lugares en el difícil universo de los cocineros.
Su paso por la universidad de la calle y un viaje iniciático por Europa le sirvieron de mucho. Bourdain aprendió no sólo de drogas, también de supervivencia, presupuestos inflados o imposibles, conspiradores de turno y mafiosos italianos seducidos por el sueño del restaurante propio. Aunque su lección más importante fue que “en” la cocina sobreviven los avispados y aquellos espartanos que al final del día aun están de pie. Antes que los cien metros planos, Bourdain concluye que la alta cocina tiene mucho de maratón.

El turno de la publicidad en internet

Aunque estadísticas aparecidas en los últimas semanas indican una leve baja de la inversión publicitaria en internet, sobre todo en los Estados Unidos, la tendencia es indiscutible. La net se está transformando en un polo de atracción para diversas empresas. Tal vez la discusión no deba centrarse en si internet es más efectivo que el papel o la televisión al ahora de impactar al consumidor sino si es simplemente tan funcional como la normativa tradicional aunque a un precio más bajo.

A la publicidad en internet se le imputa ser una promesa largamente incumplida. No deja de sonar irónico tomando en cuenta el poco tiempo que tiene de existencia el negocio web. Si es que, en rigor, se lo puede llamar de este modo y a estas alturas.
La búrbuja de la web quedará como una de las grandes decepciones generacionales del fin de siglo. Por supuesto que las estructuras se sobredimensionaron en pos de un futuro glorioso que nunca llevó. Sin embargo, la ausencia total de publicidad entonces jugó un papel fundamental en la caída de aquellos sueños alocados.
Hoy en día ya no se habla de ausencia pero la carencia se hace notar. En medio de una crisis sin precedentes este escenario podría dar un giro. Después de todo internet continúa ofreciendo garantías que otros soportes publicitarios no pueden -la verdadera conducta del consumidor, por ejemplo- y los costos por espacio son más bajos que los de cualquier competidor ¿Cambiará finalmente el paradigma publicitario en la época de las acciones en picadas, la desaparición del crédito y las otrora florecientes economías capitalistas en declive? Eso está por verse.
Mientras tanto los números comienzan a dibujar un panorama auspicioso. Según la Asociación Europea de Publicidad Interactiva (EIAA), el 70% de los anunciantes encuestados en el Marketers’ Internet Ad Barometer 2009 han afirmado que durante el 2009 espera aumentar sus inversiones en publicidad y marketing online. Esta inversión se realizará en demerito de la tradicionalmente ubicada en revistas. Casi la mitad de los encuestados (46%) afirma que en 2009 reducirá este presupuesto para favorecer su publicidad online. El 37% afirma que recortará el presupuesto de televisión, el 32% el de prensa diaria, el 24% el de marketing directo y el 12% el de radio.
El trabajo indica que las áreas que muestran una mayor capacidad de crecimiento son la publicidad en video e internet móvil. El 35% de los encuestados quiere apostar por la publicidad en video online y el 12% declara que acentuará su inversión en celulares.
Para realizar este estudio, EIAA entrevistó a 300 directivos senior de marketing de España, Francia, Italia, Alemania, Reino Unido, Holanda, Bélgica, Noruega, Suecia y el sector pan-europeo.
En España la publicidad on line sigue la misma tendencia aunque a un ritmo mucho menor que el registrado en ejercicios anteriores. Durante los tres primeros meses del año el gasto aumentó un 3,6% respecto al mismo periodo de 2008, según datos de la Interactive Advertising Bureau. En total, se invirtieron 139,55 millones de euros en este trimestre.
En China, según Hugo Chong, de ADGVC, la publicidad en internet creció, durante el 2008, un 68%, la de TV el 21%, la de diarios el 25% y la de revistas 30%. La publicidad en internet representa en China el 8,4% de toda la publicidad del país contra sólo 3% de la radio, 2% de las revistas, 19% de los diarios y 25% de la TV.

Argentina en el horizonte

En la Argentina también los pronósticos son positivos. El próximo año llegará a este país Razorfish la agencia de publicidad on line más grande del planeta. Joseph Crump, su vicepresidente aseguró a “El Cronista”: “Creemos que Argentina y el resto de la región presentan grandes oportunidades y son un campo fértil para crecer”. Como paso previo, este año desembarcarán en Brasil.
Razorfish es una compañía de diseño y marketing digital propiedad de Microsoft. Uno de sus objetivos es ampliar la escasa participación de internet en la planificación publicitaria de las compañías. “En la Argentina, las marcas gastan 2% o menos de sus presupuestos publicitarios en medios tecnológicos; mientras que en Estados Unidos el promedio es de 6%”, aseguró Crump.
Para el ejecutivo un promedio adecuado sería del 10%. “Mientras en los mercados más avanzados del mundo la media del gasto de las compañías es de u$s 118 por usuario de internet, en la región apenas alcanza a u$s 21. Comparando con la penetración por hogar, Latinoamérica gasta menos del 50% que el resto del mundo”, dijo.
Según el «Young Adults Revealed», un estudio realizado en 26 países, el 28% de los que tienen entre 18 y 24 años ha hablado sobre sus marcas preferidas en algún foro de discusión y el 23% dijo haber añadido contenido referido a sus experiencias en algún servicio de mensajes.
Las estadísticas apuntan cada vez con más fuerza al continente virtual. En nuestro país, la cantidad de horas que la gente le dedica es la misma, o superior, a la que pasa frente al televisor. El número de usuarios asciende a 13 millones, la tercera parte de la población, cifra que convirtió a la Argentina en uno de los 11 países que más tiempo permanece online.
Lo paradójico es que la publicidad online del país representa el 2,5% de la inversión anual (unos $ 200 millones en 2008). Poco en comparación con la del Reino Unido donde es el segundo medio publicitario, con casi el 20% de la inversión total, y a punto de superar este año al primero, la televisión.
Según ZenithOptimedia, el año próximo la porción de la torta publicitaria destinada a medios online llegaría al 13,8% de la inversión mundial, y se estima que en América Latina esa porción será cinco veces mayor que la actual en 2013.
La crisis ha empujado a los anunciantes que tenían sus dudas a aventurarse en estas zonas para muchos aun en construcción. Un 81% de los encuestados por la Sociedad de Agencias Digitales de Estados Unidos, afirmó que planeaba invertir en internet la misma cuantía que en 2008. Más del 77% de las agencias tradicionales está aumentando el número de propuestas para internet entre un 1% y un 29% y un décimo de éstas lo hace en más de un 30%, además de las cifras a favor que aportan las agencias especializadas en lo digital, que afirman que sus presupuestos aumentarán en un 30%.
«La crisis económica acelerará el cambio de enfoque y la importancia de los medios tradicionales», aseguran los analistas de SoDA. Con 178 millones de europeos conectados semanalmente -según la Asociación Europea de Publicidad Interactiva- internet aparece como un espacio más que razonable para publicitar en el Viejo Continente.
En una entrevista con medio nacionales, Alexandre Hohagen, director para América Latina del gigante Google, aseguró que los ingresos por publicidad en Google crecerán en junio de 2009 un 32%, comparados con los de junio de 2008. Y la publicidad representa el 98% de los 22.000 millones de dólares que Google facturó en 2008.

Dos generaciones on line

Hay dos generaciones que están desarrollando un papel protagónico en la red. Una de ellas resulta incluso hasta inesperada y se refiere a las personas mayores de edad que pasan varias horas por día frente a una pantalla. Los otros son los “Tweens”, un juego de palabras entre «teen» -adolescente- y «between» -en el medio-.
Ambos son posibles focos de atención para los anunciantes que pretenden llegar a un público que definitivamente y sin cuestionamiento ocupa su tiempo en estar on line.
Es factible presuponer, al menos en el caso de los menores, que sus intereses pasarán, por ejemplo, por las comidas rápidas, caramelos, galletas, una categoría denominada «macrosnacks», que en la Argentina representa un negocio de US$ 1.200 millones al año.
¿Y los abuelos? Estos flamantes miembros de la red, amantes de bajar archivos con sonido e imagen y de ver fotografías de parientes y amigos, tal vez descubran satisfacciones en artículos de tecnología y regalos para los nietos.
Pero nada como una investigación on line para comprobarlo.

El debería

La escena es un poco incómoda. Vi a un chico que creo no valora lo suficiente a su chica. Y yo le escribí esto a ella. Aunque nunca se lo di, claro. Se refiere a lo que un hombre «debería» ser y hacer para su compañera de ruta.

Debería escucharte. Debería verte. Debería cuidarte. Es más, debería protejerte. Debería hacerte reir. Debería dejarte llorar. Debería ir más allá de vos y entrar en vos como nadie ha podido antes. Debería regalarte la Luna o en su defecto un libro o un disco o un poema con la palabra Luna adentro. Debería preguntarte si quieres ir de viaje y, si quieres, llevarte con él. Debería dejarse traspasar por tu mirada. Debería decir la verdad. Debería querer caminar con vos por las calles de tu ciudad y que los demás sepan que vos estás con él, mucho más de que él lo está contigo. Debería crear un mundo de la nada y ponerlo en tus manos. Debería construir un espacio vital y proponerte llenarlo juntos. Debería amar tu sonrisa. Debería comprarte una flor y colocarla en tu pelo. Debería cocinarte como un ángel. Debería abrazarte mientras el sol se pone. Y cuidar tu sueño mientras duermes. Debería irse para siempre y volver al minuto siguiente. Quedarse y encender el fuego. Arder con vos. Morir con vos. Pensar en vos como en un cometa. Perderse en tus ojos. Aprender de memoria el sabor de tus labios. Debería escribirte una carta y tu nombre en la arena. Debería transcurrir por tu piel como el agua fresca de un río y traducir te amo como te amo.

No sabes

No lo sabes. Porqué te enamoras y sigues sin señales. Sin indicios. Porqué entregas o quieres entregar el alma a quien no lo necesita. Miras a alguien que a su vez mira para otro lado. No sabes cómo es el juego interno. Sólo posees el conocimiento de la superficie. Un lugar extraño donde todos mienten, mientras la verdad, el deseo crucial, fluye por debajo como un río luminoso y negro. Si, luminoso y negro. Y todos los te quiero. Y todos los me gustaría que vos. Y todos los elogios. Y toda tu voluntad de que el otro sea un poco más feliz a través tuyo. Caen al vacío. Se vuelven cenizas en tu mano. Porque no lo sabes. No sabes nada. Sólo que amas y sufres. Tal vez, el sentido del juego sea ese. Pero, para qué reconocerlo ¿no?

Adiós, Hemingway

hemingway

Un asesinato cometido hace cuarenta años ha sido revelado en la actualidad y el autor tal vez sea el mismísimo Ernest Hemingway. De esta manera se podría sintetizar el argumento de “Adiós, Hemingway” (Tusquets) del Leonardo Padura. Se trata de un libro entretenido, ocurrente y muy bien escrito. Sin embargo, antes que destacar su faceta exclusivamente ficcional, habría que entender esta obra del cubano, también autor de otros títulos destacados donde el protagonista es su detective Conde, como un retrato biográfico de excepción.
Quien ha seguido la vida y la obra del escritor norteamericano no puede sino estar agradecido. Tantas cosas se dijeron del Gran Papá que llega un momento en que una suerte interpretación gráfica, un dibujo en colores de quien fue, no importa si en sus años finales o al principio de la gloria, resultan de gran ayuda y consuelo. Padura se ocupa de su ocaso, justo antes de Hemingway dejar la isla de Cuba para terminar, como todos ya sabemos, con tiro en la cabeza.
Ahí donde aun no ha estado el cine, Padura ofrece un espléndido retrato cinematográfico. Casi casi que podemos vislumbrar con nitidez digital el rostro cansado de Hemingway, su mirada vacía, su cuerpo grande y fofo, harto ya de su propia fama y de un pasado poblado de anécdotas que ahora pensan como el demonio.
Creo que un párrafo de Padura sirve para sostener lo que estoy diciendo con tanto entusiasmo: “Con la botella de Chianti bajo el brazo y la copa en la mano caminó hasta la ventana de la sala y miró hacia el jardín y hacia la noche. Esforzó los ojos, casi hasta sentir dolor, tratando de ver en la oscuridad, como los felinos africanos. Algo debía existir, más allá de lo previsible, más allá de lo evidente, capaz de poner algún encanto a los años finales de su vida: todo no podía ser el horror de las prohibiciones y los medicamentos, de los olvidos y los cansancios, de los dolores y la rutina. De lo contrario la vida lo habría vencido, destrozándolo sin piedad, precisamente a él, que había proclamado que el hombre puede ser destruido, pero jamás derrotado. Pura mierda: retórica y mentira, pensó, y sirvió otra copa de vino.”
Brillante. El libro de Padura continúa avanzando entre dos escenarios separados en el tiempo: el de un Hemingway torturado por la decrepitud, y el de Conde, un detective que alguna vez lo admiró y ahora se encuentra a cargo de una insólita policial: investigar si el escritor es el autor de un crimen que ocurrió en Cuba hace tantos a la fecha.
Una vez más Hemingway emerge de entre las palabras como un ídolo complejo y poderoso. Una vez más, el autor de “Fiesta”, de “El viejo y el mar”, y tantos otros clásicos de la literatura, se manifiesta como el fantasma imposible: basto, solidario, exótico y único. Eso si, Padura da un paso hacia un lugar poco explorado: la leyenda a la cual todo bohemio ha querido aspirar -la suma de los elementos: el intelecto y el vigor físico- es desnudada por una proza inteligente y definitiva. Un gran escritor sepulta en parte la mentira de otro. No es un hecho común en la literatura de estos años on line.

Elogio de la brevedad infinita

Las pantallas de celulares y redes sociales acaban de estrenarnos un nuevo desafío: el texto breve. Lo que antes era dicho, sobre el papel de una carta tradicional y en un basto número de  palabras que anudaban infinitas frases y eternos conceptos, ahora puede, y debe, ser dicho en un puñado de caracteres. Apenas 140 en Twitter. No muchos más en Facebook. No hablemos de la exigüa geografía de la pantalla del teléfono celular. Se podría alegar aquí mismo que los blogs, por el contrario, son capaces de contener novelas victorianas. Es cierto, pero no imagino quien se detendría a leer un párrafo extenso, no ya una novela, en las actuales circunstancias electrónicas.
No es algo de lo cual sorprenderse. Son pocos los escritores, incluso los consagrados, que se animan hoy a entregar a su editor una novela del tamaño de “La Guerra y la Paz”.
La modernidad ha terminado rindiendo un homenaje permanente y definitivo a la máxima: una imagen vale por mil palabras. Aunque ahora las imágenes han transfigurado en íconos y estos en pasaportes hacia impensados paisajes narrativos.
Se pueden hacer muchas cosas en el minúsculo espacio de una línea de texto. Las generaciones que nacieron con un teléfono en la mano lo saben mejor que ninguna otra.
Sólo un dato: desde hace unas semanas la prestigiosa revista “The New Yorker” viene presentando “acuarelas” digitales hechas por distintos artistas con una aplicación del Iphone.
En el micro espacio de lo virtual la palabra se convierte en un gesto que a su vez estalla en un concepto. Entonces la profundidad del simbolismo online no tiene límites.
En términos estrictamente literarios. Pienso en un cuento de Augusto Monterroso, según he leído se trata del más corto de cuantos se hayan escrito: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.
Si este cuento formara parte de un mensaje de texto de Facebook, podría estar encadenado al nombre del autor en Wikipedia. Así como también a una página especialmente dedicada a los cuentos breves que se han escrito a lo largo de la historia. Ni que hablar que el relato debería llevarnos además a un nano video en You Tube inspirado en el relato original (y esto no es ficción tal “dino” video existe) y de ahí al archivo comprimido de una banda de rock indie y, porqué no, al site de un restaurante de comida exótica llamado: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.
¿Brevedad o puerta de una cadena expresiva infinita?

En el Día del Periodista, mi humilde homenaje

En el Día del Periodista voy a contarte para qué necesitas un periodista. (Un periodista decente, al menos).
Acabo de ver algo increíble, man. George Michael estaba sentadito ahí, a tres metros de mis narices. Vestía un traje oscuro, brillante como una luna plateada en medio del desierto. Perfecto Dolce Gabbana para una perfecta humanidad.
Atrás su coro griego de cantantes negros actuaba como una sinfonía extraplanetaria que no dejaba que su voz se perdiera en lo infinito del set televisivo. Pasó de un hit a otro. De un clásico al siguiente. Cada tema explotó en su paladar. Se robó el alma de los pocos agraciados que estaban presentes. Sentado con elegancia inglesa se dejó atravesar por la energía de la música. Igual que un profeta transfirió el fluido vital hasta más allá de los retornos, los instrumentos y los técnicos de sonido. Hizo vino del agua. Transfiguró los peces en diamantes. Las palabras en besos húmedos.
Podría detallar aquí la puntualidad y la sincronía con que sus canciones tomaron el espacio- tiempo del MTV Estudio. Pero no, no lo haré. Basta con agregar que “Fastlove” fue un eclípse y un volcán. Un núcleo atómico recubierto de puro erotismo. Y que “Star People” me hizo saltar como un canguro poseído por una ninfa. Y que “Everythig She Want” erizó mi piel y la de la hermosa chica negra que tenía justo a mi lado. Sin pensarlo nos miramos y, secretamente, la invité a salir en ese mismo momento.
Después un viento poderoso me llevó. Sentí mi corazón desvastado de un lado al otro. Toqué el fondo perpetuo de la pócima y encontré más allá de la borrachera otros tantos corazones perdidos. Hambrientos de mi sed. Pum-Pam, Pum-Pam. Un, dos, tres, cuatro ¡y va!.
Y una vez más, canta George, porque tu sabes, y amor te adoro, y amor no puedo dejar esto. Y quiero que cantes toda la fucking noche. Y planeo desaparecer en vos negra mía. Todo lo que ella quiere. Todo lo que yo quiero, baby.
Esto si que es Fast Love.

(*Perdonen los errores. Me propuse, como periodista, escribir una crónica de un concierto al que jamás asistí como si hubiera estado. La escribí en 12 minutos pensando en que tenía un cierre por delante y un editor machacándome. Es lo que hacemos los escribas para vivir. Happy Day.)

El último truco de Bill

david

Algún día tenía que suceder. Y fue ayer, en Bangkok. Cada uno muere en su ley, de modo que si Manuel Vázquez Montalbán se apagó como el juguete a pilas de un niño en el aeropuerto de esa agitada ciudad, abrazado al manuscrito de su última novela, David Carradine lo hizo dentro de un armario sospechosamente atado ¿En que estaba ocupando sus horas vacías, el bueno de David, mientras sus amigos lo esperaban a cenar? Se sabe, si hay un paraíso de las licencias, ese es Bangkok. Nadie podrá afirmar que su epitafio no estuvo a la altura de su leyenda.
Formó parte de los elencos de más de 100 películas a lo largo de un carrera en la que hubo de todo. David Carradine era un trabajador del oficio. Tuvo el privilegio de actuar para Ingrid Bergman, como la rutinaria tarea de batirse a tiros con cuanto villano se le cruzara en un western de baja producción. En materia de cine David no tenía un paladar exquisito pero si un estómago de hierro.
Su éxito (o la posibilidad de permanecer en el Olimpo de los actores inolvidables) devino de un robo descarado. A principios de los 80 alguien le birló una idea brillante a Bruce Lee y con el guión en mano un grupo de productores fueron a golpear la puerta siempre disponible de Carradine. Por supuesto, él aceptó y desde entonce cada vez que alguien mayor de 35 años ve el rostro amplio y curtido de David Carradine, exclama, murmura o señala sin temor a equivocarse: ¡mirá, Kung Fu!.
Curiosamente, Carradine no tenía el menor conocimiento de artes marciales hasta ese momento. Fue la serie la que cambió su carrera cinematográfica aunque se tratara de una tira de televisión (muy bien dirigida y que introdujo llamativos e innovadores recursos narrativos); y fue el personaje el que transformó el resto de su vida.
Carradine pudo encarnar muchos otros papeles. Tenía el talento y probablemente la disposición pero el signo de Kung Fu lo obligó a pasar gran parte de su existencia arriba de un caballo, disparando un arma o resolviendo a las patadas cualquier conflicto callejero. Lo hizo en los 70 con “Kung Fu”, en los 80 en diversos filmes de acción de mayor o menor envergadura, en los 90 con “Kung Fu: la leyenda continúa” y en el nuevo siglo, es público y notorio el llamado de Quentin Tarantino para “Kill Bill”.
Aun en los periodos más difíciles y de mayor sequía laboral Carradine pudo asirse de esa cadena de plata que lo sostuvo hasta lo último. Pensemos en que el actor escribió no hace tanto un libro llamado: “El espíritu del shaolín”, demostrando así una perfecta sintonía entre el personaje y la persona. Cuando Tarantino lo contrató para protagonizar la segunda parte de Kill Bill (en la primera sólo alcanzamos a ver sus manos), no hizo más que reafirmar la estructura del mito.
El desarrollo natural del actor ya transfigurado en fábula, era asumir un papel en el cual padre e hijo, es decir, David y Kwai Chang Caine, se volvieran uno sólo en la pantalla. Entonces nació Bill, un malo malísimo por el cual el espectador no puede sino sentir simpatía. Como Kwai Chang Caine, Bill fue a un monasterio y se las vio feas. Sin embargo, al contrario que Kwai, Bill tomá el camino del mal, hace dinero y espera a su destino en una lujosa mansión en compañía de su hija.
Porque si bien David es un asesino y su banda está integrada por lo más despreciable que uno pueda encontrar en esta tierra, no es menos cierto que la chica del sable le ha roto el corazón. 
Bill merece más que ningún otro ser humano morir por atrocidades como la de balear a su ex y a todos los presentes en plena capilla cuando ésta estaba por casarse con el dueño de una disquería en El Paso. Su final en “Kill Bill 2” también está vinculado al amor: se trata de un golpe letal. Un golpe al corazón emitido por la mujer que tanto ha amado.
Esta fue la muerte más gloriosa de David Carradine en la pantalla. Un viejo tramposo que se disfrazó de chino siendo tán típicamente americano (nació en Los Angeles), que engañó a varias generaciones haciéndose pasar por un luchador cuando no levantaba la patita mas allá de los 10 centímetros del piso, que tomó todo lo que la vida le dio (unas 118 películas, tantas otras series y hasta un curso en DVD de Tai Chi) y con eso hizo una fortuna.
El último truco de David todavía se puede ver en su sitio web. Un anónimo escriba se lamenta de la inesperada muerte del actor pero no demora en pedir una donación de los fanáticos. Siempre viene bien un puñado de dólares para el resto del camino.

La esencia

Son las palabras la sustancia verdadera. El maestro Zen tenía razón, esta realidad a la que aspiras y en la que confías, no existe. Puedes atravesar con tu mano una pared de ladrillos y no sería la gran cosa. O desmaterializarte y aparecer en el Festival de Edimburgo disfrazado de actor de varieté sin que resulte cómico ni asombroso. Puedes. Pero no puedes avanzar sobre las palabras. Unirás sus formas. Alterarás su velocidad y su ritmo pero seguirán su curso: reproduciéndose como un Lego frenético. No existe una reducción a la nada en este sentido. Tal vez por eso la Biblia tenga grabado a fuego aquello de “En el principio fue el verbo”. Que es como decir, antes del inicio tuvimos palabras para echarlo andar.
¿Qué hay más allá de la última curvatura del universo? Palabras. ¿Cómo defines el aparecente vacío que separa el próximo eclipse lunar del primer destello de una galaxia? Bueno, aun en el no-ahí encontrarás palabras. Con palabras mudas o dichas a los gritos. Con palabras de sonidos imposibles. Con palabras tenues como una pintura al agua. Si, con palabras construiremos los mundos por venir y tendremos el sexo que te traslada al cielo.
Usar y aprender palabras, en los idiomas que quieras, incluso en aquellos inventados que entienden nada más que vos y tu amigo secreto, amplia nuestro campo de acción. La palabras son la herencia infinita de una creación desmesurada a la cual le pertenecemos.
Déjame mostrarte este maravilloso poder con un ejemplo. Antes debo advertirte que aquello que pronuncias, aquello que constituye una posiblidad, un deseo, una chance, se vuelve herméticamente cierto, un punto consistente dentro de una dimensión que, a tus ojos, es inconsistente. Si dices: que así sea, pues, así será. Si indicas con tu dedo mágico: que se destruyan los castillos del Emperador. Pues, los castillos serán derribados. Y si expresas tu deseo de amar, el amor fluirá.
Entonces, volviendo a mi ejemplo, acabo de escribir esto:
“Ella se llamaba Johnny y él Marilyn. Vivían en un reino en sombras, iluminado por miles de luces de neón que nacían en los drugstore, las farmacias y los cines. También había luz en los escaparates de elegantes tiendas y en los faroles rústicos a la entrada de los restaurantes. Porque donde Johnny y Marilyn vivían, para que todo funcionase, siempre debía ser de noche. Diré que se amaban, pero era más que eso. Con el tiempo se habían transformado en hermanos. Con otros parecidos a ellos, que eran más que amigos y podrían ser calificados de primos, se deleitaban en el arte de la fiesta eterna”.
¿Ves? Acabo de crear un mundo. Y lo curioso del asunto, es que apartir de ahora ese mundo sigue y palpita. De este modo caprichoso hemos sido escritos también nosotros. Ya puedes ir inventando tus propios libros sagrados.