Vidas escritas

 

Llegará el día en que nuestra muñeca sostenga el reloj que cronometre lo que nos quede de vida. Nunca como entonces seremos tan concientes de la frágil materia de la cual estamos hechos.

Un poco de eso andamos buscando cuando acudimos a las artes de un adivino, de alguien que dice tener contacto con el futuro. Supongo que si tal cosa es cierta es sencillamente porque todo, en algún punto del universo, ya ha sucedido. Difícil sino imposible sería ver aquello que no ha ocurrido. A falta de imagenes concretas, ya que los visionarios ven precisamente eso, visiones, fracciones de un enigma que se mantiene entre sombras, nos queda la ciencia y sus predicciones establecidas mediante cálculos de probabilidades.

Hace un tiempo me enteré por un noticiero que en España hay una clínica capaz de predecir cuantos años tenemos por delante mediante el análisis de la sangre y demás indicadores corporales del paciente. Claro, dichas estimaciones no incluyen cuestiones anímica, desastres naturales, riesgos devenidos de decisiones inesperadas, compromisos afectivos que terminan bien, fantástico o pésimo. En fin, que la existencia tiene muchas variables y estas no aparecen reflejadas en la espesura de la sangre.

Los cronómetros del futuro serán apuestas más o menos convincentes acerca de un destino que no controlamos.

Entre creer y no creer eligo el camino del medio: pasar muy de vez en cuando por el médico, uno que me conozca desde hace años y sepa que soy un hipocondriaco irremediable, y, luego, por lo de mi estimada bruja, Magaly, una mujer que lee las cartas españolas y revela fotografías tomadas a distancia del eterno retorno. Basándome en ambas informaciones armo mi propio programa, me invento al igual que una historia a la que elijo poner fechas y entusiasmos.

En un filme perturbador como “Firts Snow”, Vacaro, el personaje interpretado por J.K Simmons, le dice a Jimmy (Guy Pearce), algo que también podría haber aseverado Buda, o mi abuelo, otro hombre de campo: “Todos los caminos te conducen a un mismo fin”.

A partir de entonces el reloj pulsera de Jimmy no dejará de sonar su alarma.

Me resulta difícil creer que no somos hijos de un plan superior, y que tal estructura es, en realidad, un guión, un relato corto que estalla entre los atardeceres fantásticos de la Vía Láctea. Nacemos para desarrollarnos de un modo y la ruta que tomamos nos pertenece porque nos ha sido designada. Operamos en su favor, siempre, sin importar lo que hagamos por torcerla. Más que vivir nuestro destino lo interpretamos.

Este invierno me encontré con una querida amiga, la Negra. Es paramédico y curiosamente tuvo ocasión de cuidar a mi padre cuando este se encontraba grave en un Hospital Regional. Charlamos de todo un poco hasta que al final me comentó como al pasar: “Ese hombre no estaba para morir, él se dejó morir solo”. Mi padre era diabético y por motivos que en parte comprendo a los 63 años estaba agotado, harto. Con premeditación se metía cuanto dulce pasaba frente a sus ojos, creo ahora, tratando de avanzar lo más rapidamente hacia su personal ocaso. Paradójicamente, mi padre negaba su enfermedad, y aseguraba que jamás iba a morir, y como tal seguía arrastrándose entre terapias intensivas y un morboso festín de tortas y chocolates.

Viendo aquella película me acordé de él. De que cada cual apunta con un lápiz invisible una verdad ya escrita en un interminable pasado. En el fondo sólo tenemos certezas.

Publicado originalmente en diario «Río Negro»

Zero 7

 

Del desastre que vez sólo quedará un recuerdo. Imágenes fragmentarias de algo que ya superaste. De esta tristeza que te impide respirar, de la sensación de inocencia perdida, del dolor que supera tus fuerzas, conservarás un apunte en una hoja de cuaderno. Una fotografía que ya ha perdido su color. Aunque recibas la ayuda de tus mejores amigos, de las personas que amas, déjame ponerlo así, lo superarás solo. Entre vos y tu próximo paso hay apenas un interlocutor válido. Un explorador en el camino. Adivina quién.

Ya has oído demasiadas veces que no se puede o no se debe, sin embargo, no queda más remedio que hacer caso omiso de las predicciones apocalípticas y ajenas. No es la primera vez que sucumbes y resucitas.

Para salir del mal paso, para esquivarle a la suerte perra, a los peores instantes de los que tengas memoria, necesitas un poco de paciencia. ¿Recuerdas aquella canción de Gun´s Roses de la que te hablaba el otro día? Al fin de cuentas, la clave para continuar tu viaje es una rara combinación de voluntad y esperanza. Paciencia, las cosas irán mejor, te lo aseguro.

Puedo recomendarte un par analgésicos competentes mientras te arde el pecho y las lágrimas no te dejan ver el horizonte. Por ejemplo. Una charla que se prolongue hasta la madrugada con el espejo y una botella de un ron. Un disco que sabes te carga de energía y de valor. Un poema capaz de despertar cada una de las luces de tu ciudad interior. Un paseo en bicicleta con el viento a favor. Un recital de blues a las 3 de la madrugada. Una serie norteamericana de última generación donde los malos se parecen demasiado a los buenos.

Verás que todo pasado fue peor y que lo bueno queda por venir. Es curioso como se desarrollan los acontecimientos. Probablemente sea nuestra fragilidad la que nos induce pensar que mañana no llegará jamás. Pero llega, y el tiempo aquieta las aguas. Si nos lo permitimos, la vida, el destino, dios, ponle el nombre que quieras, te dará otra oportunidad. No sólo de salir a flote sino de ser un espíritu más libre e intenso.

He estado charlando mucho, sabes, y viendo películas, y corriendo como loco de un lado al otro con mi cara de inca histérico. Me cruzo con gente que me deja un racimo de flores o una frase cualquiera que me parece linda. El aquí y el ahora fluyen mientras espero. De paso me refugio en mis aliados: las “Crónicas de motel” de Sam Shepard, los relatos de Bobby Flores en “No es extraño que estés loca por mi”, y por estos días, una bella canción de “Zero 7” que dice ¿Crees en aquello que vez? Y todos diciéndome diferentes cosas”.