Preguntas (que me hago)

¿Estás seguro de lo que es? Es decir, ¿Estás seguro que aquello que sientes es amor? ¿O de lo que te mueve tiene suficiente peso en tu conciencia? ¿Quieres hacer justamente lo que estás haciendo o quisiera algo más? ¿Aprovechas el tiempo o este transcurre sobre ti? ¿Tienes la vida atada a tu mano o la dejas ir? ¿Inventas o alguien lo hace por ti y ahora mismo vives el diseño de otro que quizás no conoces? ¿Tomas píldoras o un trago de Tai Chi? ¿Quieres ser maravilloso, distinto, único y especial o sólo tener sexo con tu vecina? ¿Quieres escribir una novela o apenas el epígrafe de una fotografía familiar? ¿Esperas vivir para contarlo o contarlo sin vivir nada en absoluto? ¿A qué has venido a este mundo sino para hacer esta pregunta y luego seguirle el rastro a la respuesta? ¿No eres una contradicción con patas? ¿No has bebido lo suficiente? ¿No has escrito mil cartas apasionadas que no apasionaron a nadie? ¿Pecaste hijo mío o no pecaste lo suficiente? ¿Mereces ser revindicado? ¿Quieres recordar quién eres u olvidarlo todo en este preciso instante? ¿Palpita tu corazón? ¿Corre sangre por tus venas? ¿Sabes que, en realidad, te diriges al abismo? ¿Y que sabiéndolo te reinventas y te vuelves luminoso? ¿Cual es el sabor de un último beso? ¿Qué se siente ser abrazado y que una energía verdadera, indiscutible fluya entre ti y el otro? ¿Un árbol te plantó en su patio trasero? ¿Un hijo te parió una madrugada? ¿Un personaje te retrató en su libro? ¿Quieres sacar cuentas? ¿Tienes hechas ya tus proyecciones de jubilación? ¿Te declararás a la próxima dama? ¿Serás amable? ¿Tendrás la osadía de intentar cambiar el mundo? ¿Tendrás osadía de querer cambiar el mundo? ¿Tendrás osadía de crear un mundo? ¿Amarás y serás odiado? ¿Amarás y serás perdonado?

Nick Drake

nick

Nick Drake fue un artista maravilloso y malogrado. Una tristeza devastadora vivía con él y un día, siendo un joven de 26 años, se lo llevó. No obstante, su música jamás me ha hecho llorar. Mientras la escucho, pienso en montañas, en amaneceres en el campo, en andar a caballo o caminando por una ciudad que no conozco bien. Sus canciones están compuestas por dos elementos visibles y uno misterioso: guitarra, voz y, cómo llamarlo, paisaje. Si, diría que la suma de los dos primeros nos da como resultado un paisaje. Ahí vamos con Nick.

Escucha Pink Moon

Con ustedes: la píldora para olvidar

eterno

Adelanto de un artículo que aparecerá en el diario «Río Negro»

Llegará el día en que el periodico será una tableta flexible con la definición de un plasma. Llegará el día en que el próximo fin de semana largo lo pasemos en Marte. Llegará el día en que nuestros riñones serán de un material sintético con 10 años de garantía y en que elegiremos el color de los ojos de nuestros hijos.
Y un día, cuando todo o parte de esto suceda, seremos capaces de borrar selectivamente aquellos recuerdos que nos queman como un hierro candente al interior de nuestra psiquis. Cada cual será dueño de hacer y deshacer en el viejo almacen de las historias vividas.
Habrá quienes decidan dejar atrás los momentos más dramáticos de su paso por una guerra. También testigos o protagonistas de hechos extremos como accidentes o momentos de violencia familiar querrán desintegrar una pesadilla que se repite cada noche. Por supuesto, estarán a la orden del día aquellos enamorados que correrán a sacarse de la cabeza un amor imposible o las parejas divorciadas que preferirán dejar atrás la imagen de su ex. Pero el uso se puede ampliar a ramas inesperadas: el asesino con deseos de olvidar el rostro de sus víctimas. O el testigo de la mafia que no quiere ser parte de un juicio que pondría en riesgo su existencia ¡No sé de qué me habla, señor Juez!
Un grupo de científicos de la Universidad de Amsterdam están dando los primeros pasos hacia un futuro que todavía pertenece al género de la ciencia ficción. Sacaron a la luz un experimento revelador: le mostraron a 60 voluntarios imágenes de arañas al tiempo que les aplicaban pequeñas descargas eléctricas con el propósito de que asociaran las imágenes con las descargas. De este modo la relación entre araña y dolor se volvía obvia.
Un día más tarde, a la mitad de los voluntarios se les trató con un beta bloqueante de propanolol y a los otros con una sustancia placebo. Acto seguido se les volvió a enseñar las arañas.
Los científicos descubrieron que quienes habían tomado el fármaco estaban mucho más relajados que los que no. La interacción con la pastilla provocó una reducción de la respuesta al miedo
Por supuesto, este es apenas un principio de lo que se podría conseguir dentro de unas décadas con medicamentos y técnicas mucho más complejas. Según el doctor Merel Kindt, jefe de la investigación, el procedimiento “reactivó la memoria emocional, y la interacción con la pastilla provocó una reducción de la respuesta al miedo». El experto añadió: «la memoria sigue intacta, pero la intensidad emocional de la memoria ha menguado».
En un sentido más, cómo decirlo, grueso lo que aquí se está planteando es la posibilidad de que un fármaco logre alivianar el peso de un recuerdo traumático. Algo así como pasarlo por una sustancia o trama invisible que lo volvería menos denso, persistente y real.
“Es un resultado muy prometedor para el tratamiento de memorias intrusivas (aquellas persistentes e indeseadas), tales como las que suceden en el síndrome de estrés postraumático», declaró a la prensa española Joseph LeDoux, catedrático de neurociencia y psicología en la Universidad de Nueva York.
Pero, como bien ha dicho el académico e investigador Daniel Sokol de la Universidad de Londres, “Eliminar recuerdos desagradables no es como eliminar una verruga o una peca. Cambiaría nuestra identidad personal. No obstante podría ser beneficioso para algunos casos. Pero antes de erradicar los recuerdos debemos reflexionar sobre los efectos que tendrá en las personas, la sociedad y nuestro sentido de humanidad».
Entretanto el profesor de Bioética de la Universidad de Manchester, en el Reino Unido, indicó: «Una complicación interesante sería que, por ejemplo, las víctimas de un hecho violento, en su intención se borrar los malos recuerdos, se vuelvan incapaces de aportar evidencia contra las culpables».
Hace unos años Robin Williams encarnó en “La memoria de los muertos” (The Final Cut) a un tal Alan Hackman, un experto en realizar el montaje y la edición de la vida de las personas que llevan insertas el exclusivo Chip Zoë. Hackman se encarga de que en esta valiosa biografía visual, a la cual pueden acceder familiares y amigos como si se tratara de un DVD, se pasen por alto muchos de los errores cometidos por el difunto. El mismo se autodefine como un “devorador de pecados”.
Su existencia da un giro el día en que, trabajando en el corte final de un cliente, descubre una pieza de su propia infancia que lo retrotrae a un hecho que lo ha marcado hasta hoy. Entonces, Hackman comienza una investigación que lo lleva a las profundidades de su cerebro y a las de otros personajes.
El filme de Omar Naïm no es brillante pero al menos nos induce a reflexionar acerca de qué sucedería si, ya sea mediante cápsulas o microimplantes, pudieramos convertirnos en los autores de una reescritura existencial.
Una de las mejores novelas del español Ray Loriga, “Tokio ya no nos quiere”, cuenta la historia de un dealer quien a principios del siglo XXI recorre el mundo ofreciendo una flamante droga capaz de borrar la memoria. Pero el vendedor ha caído en la seducción de su propio producto, con lo cual el mundo y la gente le resultan tan ajenos como sospechosamente familiares.
Es irónico que durante miles de años los hombres y mujeres de este planeta se han afanado sobretodo en perfeccionar sus métodos de almacenamiento para finalmente llegar a un punto de quiebre, el clímax de la civilización, en el cual todos los recuerdos, todo lo aprendido, es decir, la memoria de todo lo que es humano, pueda ser disuelto en un lago oscuro y frío.
Imposible no pensar en Raquel de “Blade Runner” de Ridley Scott, un bello ente que se creía  humano porque tenía recuerdos aunque, en verdad, su memoria era la memoria de una mujer muerta.
Meses atrás, según reportó el periodista Matt McGrath para la BBC, científicos del Medical College de Georgia, USA, aseguraron haber conseguido eliminar selectivamente segmentos de memoria de roedores sin provocar en estos daños colaterales. Los profesionales señalaron que quizás en las próximas décadas puedan desarrollar una píldora que borre recuerdos dolorosos o traumáticos.
El doctor Joe Tsien del Instituto de Investigación del Comportamiento Cerebral de Georgia hizo énfasis en que “la actual metodología no es aplicable a seres humanos pero un día se podrían implementar técnicas que ayuden, por ejemplo, a los veteranos de guerra que a menudo tienen imágenes traumáticas recurrentes cuando vuelven a sus hogares. Porque mientras la memoria es un excelente profesor que nos permite sobrevivir y adaptarnos, remover selectivamente recuerdos que nos incapacitan para la vida diaria podrían representar un gran avance”.
El equipo del Dr. Tsien en colaboración con científicos de la Universidad Normal de China Oriental en Shanghai fueron capaces de eliminar nuevas y viejos recuerdos manipulando una proteina que tiene un funcionamiento crítico en las comunicaciones de la red cerebral. “Estamos apenas al pie de una gran montaña”, ha dicho Dr. Tsien.
En el filme “Código 46”, dirigida por  Michael Winterbottom, el detective William usa como herramienta de trabajo una variedad de píldoras que le sirven para hablar lenguas que no conoce o incluso volverse más receptivo a las reacciones de las personas que entrevista. William comete el pecado posmoderno de enamorarse y el sistema de la sociedad imperante no tarda en recomponer el normal funcionamiento de su empleado con unos pequeños retoques en la memoria.
También “El vengador del futuro”, dirigida por Paul Verhoeven, protagonizada por Arnold Schwarzenegger, y basada en el cuento de Philip K. Dick: “We Can Remember It for You Wholesale”, tiene en la memoria del personaje principal la clave de una retorcida historia. O de cómo un malo se convierte, acción correctiva mediante, en bueno para lograr sus propósitos, hasta enfrentarse con la disyuntiva de recuperar o no su pasado y volver al “lado oscuro”.
Una de las películas más aleccionadoras en este sentido que se han visto en los últimos años es “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos”, que fue escrita por Charlie Kaufman, el mismo de “¿Quien quiere ser John Malkovich?”. Aquí una pareja acude en distintos momentos a los servicios de una empresa que les permite olvidarse mutuamente. Un hecho que por sí mismo demuestra lo valiosa y profunda que ha sido aquella relación. Pero las cosas se complican y al final ambos personajes se encuentran envueltos en una suerte de redención: conociéndose el uno al otro, como dos seres humanos que en vidas pasadas ya han estado juntos.
Existe la probabilidad de que hace muchos años, alguien, algo, haya inventado la píldora de la memoria selectiva y ahora mismo seamos el producto de un futuro que no recordamos y de un pasado que sólo  sospechamos.

¿El fin de los diarios en papel?

Anticipo de un artículo dedicado al tema que saldrá publicado en la contratapa del Suplemento Económico del diario «Río Negro»

Tal y como la conocemos, la prensa escrita ha llegado a su fin. O lo está haciendo de un modo vertiginoso. Aunque esto no tiene porqué sonar catastrófico ni oscuro como un cuento de vampiros, las estadísticas son irrefutables. A medida que pasan los meses más y más lectores comienzan a volcarse de lleno hacia las versiones digitales de los diarios papel, mientras que las nuevas generaciones de consumidores, quienes han nacido con una lapto en la mano, buscan y encuentran formas no tradicionales de acceder a la información que les interesa. Blogs con millones de seguidores o perfiles de Facebook, son dos que están marcando el paso.
El ambiente periodístico se ha poblado de índices y tendencias a este respecto. La mayoría de ellas, por no decir todas, indican una caída marcada en las ventas de los diarios más importantes del mundo así como una merma sostenida de la inversión publicitaria. En esto internet también tiene algo que decir al respecto puesto que comienza a erigirse en el escenario de nuevas campañas de comercialización masiva.
Para un sector, el más ciberpunk, la pregunta no radica en si la prensa escrita sobrevivirá, porque no lo hará, según estos lo anticipan, sino cuales y cómo serán los medios que herederán su desempeño clave en la vida ciudadana. Para otro, menos apocalíptico, el interrogante es acerca de qué modo se mantendrá a flote porque en definitiva siempre habrá un porcentaje de los lectores que preferirán el formato papel. Pero ¿lo habrá? Eso también está por verse. Según Russ Wilcox, CEO de E Ink, una empresa que está desarrollando un diario de un material flexible muy parecido al que se vió en el filme “Minority Report”, si, aquella con Tom Cruise, los periódicos están gastando 150 dólares al año por lector. En dos o tres años esa cantidad habrá crecido hasta situarse entre 300 y 500 dólares. El dispositivo costará menos de 300 y muy probablemente permitirá leer más de un diario por día.
Es la misma dirección que ha tomado el flamante Kindle DX, un delgado y coqueto aparato al cual ya tres de los principales diarios de USA (New York Times, Boston Globe y San Francisco Chronicle) se han sumado para ofrecer una suscripción electrónica a un costo accesible.
El periodista John Carlin, ha escrito días atrás en “El País” un memorable artículo acerca del tema: “Nunca ha habido una mejor época para hacer periodismo escrito, y nunca ha habido una peor para ganarse la vida ejerciéndolo; hay más mercado que nunca, pero menos ingresos”, escribe.
Carlin también asegura que “la tendencia se ve con especial nitidez en Estados Unidos, tantas veces precursor de lo que nos espera en el resto del mundo occidental”.
En ese país la media diaria de ejemplares vendidos ha bajado de 62 millones a 49 millones desde que hace 15 años internet empezó a volverse accesible a todos. Unos cien diarios se han visto obligados a dejar de imprimir en papel. En el mismo periodo, el número de lectores de periodismo digital en Estados Unidos ha ascendido de cero a 75 millones. 
Sin embargo hay voces discordantes con este panorama. Earl J. Wilkinson, director ejecutivo de International Newsmedia Marketing Association (INMA), una organización con más de 1.200 socios en 82 países, ha concluido que «la muerte del periódico es una de las grandes exageraciones surgidas del colapso económico de hoy».
Umberto Eco, es otro que llama a la cordura, hace unos días señaló: «Se dice que la lectura de los diarios es el rezo del hombre moderno y por eso me resulta difícil imaginarme a mi generación -a mis 77 años- renunciando al periódico de papel y la taza de café por las mañanas. Pero es posible que mi nieto rece de otra manera».
Mientras tanto los números no favorecen ni siquiera al más importante diario del planeta “The New York Times”. Luego de haberse ubicado en niveles de más de 20 dólares a principios de 2008, el título de The New York Times Company cerró días atrás en 6.47 dólares, pero alcanzó un nivel mínimo de 3.51 dólares en febrero de este año. También es cierto que no debemos olvidar que la crisis internacional tiene mucho que ver en este asunto de los papeles que apenas sobrevuelan sus pisos históricos.
Hace unas semana el propio Boston Globe (parte del conglomerado de NYT) debió realizar, con la aceptación de todo su plantel, importantes rebajas salariares, entre otras acciones de urgencia para garantizar la superviviencia del premiado diario. “The Seattle Post Intelligencer”, con 146 años de vida, apagó sus máquinas de impresión el mes pasado, reduciendo su redacción de 167 a  20 redactores. The Christian Science Monitor , publicó su última edición impresa diaria el pasado 27 de marzo, y el San Francisco Chronicle, por falta de compradores, está a punto de hacer lo mismo.

Tal como me lo has enseñado

back to the ground

Puedes herirme pero no acabar conmigo. Puedes amarme y sabré cómo y de qué maravillosas maneras odiarte. Recordaré tu perfume entremezclado con el aroma a la ropa nueva y un perfume que guardo en un bolso de viaje. Te firmaré tres cheques por mi alma y te dejaré mi fortuna personal. Rogaré que no te vayas y compraré el primer pasaje a Singapur después de que me hayas rechazado. De no sé donde sacaré el valor para construir nuevos castillos en el aire. Ya lo dijo el bueno de Jamie Cullum: Get yourself back to the ground. Y después de todo, cuando todo pase, cuando todo sea, amaré, intensa y sencillamente a alguien más, tal cómo me lo has enseñado.

Ocaso y resurreción de Randy

Como Mickey Rourke, Randy ha estado solo muchos años. Tuvo su momento de gloría pero ya pasó. No sabemos cómo, simplemente se fue. Sin embargo, esa marea de sucesos dejó a Randy desnudo e incomunicado. El tiempo pasa facturas onerosas y para gente como Randy alguna de ellas pueden ser impagables.
Tantas batallas ha soportado que su cuerpo es hoy un perfecto tatuaje del dolor. Y son tantos los tendones rotos, los huesos trizados, las venas aplastadas bajo el peso de los oponentes, que es un milagro que la máquina siga en marcha. Es poco lo que queda pero hay. No es un secreto que la vida también hizo un buen trabajo con su corazón o, mejor dicho, con los dos corazones posibles en cada hombre, el músculo que empuja, y el otro, ese que se siente en el pecho pero que guarda sus fotografías en la parte trasera de la cabeza. Por patético que suene a este samurai sólo le quedan postales tristes en el carrete.
Su intento por recomponer su vínculo con su hija hace más evidente aun que ciertas cosas cuando se rompen se quedan así para siempre. Randy no ha cambiado mucho, su nena, ahora una joven estudiante que lo lleva en el alma como una herida, lo sabe. ¡Qué remedio! Fuck you, Randy.
“Quise borrarte, fingir que no existías pero no pude”, le confiesa en una desgarradora conversación que ambos mantienen caminando por lugares que una vez transitaron cuando ella era apenas una niña.
La suerte de Randy está echada. Un guerrero sólo sabe guerrear. El amor han golpeado su puerta demasiado tarde.
El último de sus actos será también el que mejor lo define: Randy, suspendido en el cielo del ring, haciendo el golpe que lo volvió célebre: la cornada.
Curiosamente, el ocaso de Randy proyecta la resurrección de Mickey Rourke. Bienvenido a casa, le dijo Sean Penn en la entrega de los Oscar, como una forma de premiar este increíble trabajo actoral. Eso, bienvenido seas Randy. Un gusto tenerte entre nosotros.

El cine de acción se puso lentes

cinturonrojo

El cine de acción, finalmente, ha logrado desarrollar un perfil culto. Y es bastante más que un simple gesto intelectual. Con un estilo y una concepción cinematográfica que se abre paso entre patadas voladoras, autitos chocadores y disparos a discreción, un puñado de películas ha comenzado a reivindicar (y a sorprender) este género que parecía destinado a la repetición y el ocaso creativo.

Directores que la industria no imaginaría ocupados en estos menesteres sudorosos y sangrientos se dejaron tentar por la adrenalina sólo para mostrar que un filme que incluye golpes y balazos de alto calibre también es capaz de ofrecernos un tour por las profundidades del alma humana.

Probablemente todo esto dio inicio hace ya muchos años con los policiales negros en los que Humphrey Bogart no necesitaba alzar el puño para imponer su ley. Una idea que se perfeccionó en el rostro de Clint Eastwood, brutal pero sufriente protagonista de auténticos dramas teatrales resueltos mediante el monólogo atronador de un revólver.

Sin embargo, fueron los noventa los que nos permitieron asistir a una de las más extrañas y perturbadoras películas de acción de los últimos 30 años: «El perfecto asesino», de Luc Besson. En ella, León (un sicario de la Mafia que Besson había perfilado en «Nikita», especialmente para su amigo el actor Jane Reno), se enamora de una preadolescente dejando un tendal de muertos en procura de un amor imposible. «El perfecto asesino» consagró a Reno y dio a conocer a Natalie Portman, pero pasó sin pena ni gloria frente a los ojos de la industria. El conflicto de León no ayudaba mucho, sin duda.

Besson es un gran conocedor del tema. Ha trabajado en el papel de productor y guionista en otros filmes que dejaron su marca en el universo de los tiros, tales como: «El transportador» y «Ríos color púrpura».

A fines de los ´90, otro director independiente sorprendió al mundo del cine con una película que poco tenía que ver con sus anteriores creaciones. Jim Jarmusch había filmado «Extraños en el paraíso» y «Bajo el peso de la ley» (con la participación de Tom Waits), sobresalientes y originales obras hijas de un mismo tono y estilo visual que terminó siendo interrumpido por una búsqueda en una nueva dirección: «El camino del samurai», protagonizada por el enorme, en todos los sentidos, Forest Whitaker.

Whitaker interpreta a «Ghost dog» un asesino que eventualmente trabaja para una familia mafiosa y que en pleno fin de milenio sigue los preceptos samurai tal cual si viviera en la Edad Media japonesa. Por un conflicto de intereses, que sólo tiene sentido para este grupo de criminales irracionales y patéticos, es condenado a muerte por sus propios contratantes. Pero «Ghost dog» decide que antes de aceptar su destino y dejarse matar por su maestro (un mafioso que le salvó la vida una década atrás) pondrá patas arriba la organización. Resulta delicioso dejarse llevar por la música de RZA compuesta para el filme.

Mucho más acá en el tiempo, David Mamet, un nombre sin mancha en el universo del cine norteamericano, se atrevió a filmar una película protagonizada por militares, agentes especiales y asesinos, todos bajo el mando de alguna operación o contraoperación, de una organización o contraorganización del gobierno de Estados Unidos. La historia cuenta las andanzas de un militar de amplia experiencia interpretado por Val Kilmer que sin ningún tipo de presentaciones oficiales al espectador (es la idea) va desarrollando diversos tipos de actividades de inteligencia. Desde un interrogatorio con cuotas de tortura hasta investigaciones oscuras entre agencias, pasando por el rescate de la hija del presidente. Un cóctel conocido aunque planteado de una manera tan dinámica que requiere por parte del espectador no una sino dos miradas sobre ciertas escenas para comprender su verdadero significado.

Antoine Fuqua ya nos había ofrecido un policial bastante duro hace unos años llamado «Día de entrenamiento», en el cual se observan conductas corruptas por parte de los agentes de la ley que los emparentan fuertemente con las más tradicionales organizaciones delictivas. En «El tirador», Mark Wahlberg interpreta al ex soldado y especialista en disparos desde distancias poco menos que siderales Bob Lee Swager, que es reclutado por una supuesta agencia de seguridad nacional para proteger la vida del presidente. El militar termina siendo engañado e inculpado de un intento de magnicidio y entonces la ruta empieza a teñirse de sangre. El filme hace pensar y mucho en la excelente saga de Jason Bourne, encarnada por Matt Damon. Aunque en este caso el protagonista se revela mucho más cruel que el desmemoriado Bourne. El filme, por un lado presenta la psicología torturada de un guerrero que quiere vivir lejos del ruido de las armas de guerra y, por otro, impone escenas de acción que sólo pueden encontrarse en las grandes producciones de Hollywood. Rara combinación.

Y, claro, cómo olvidarnos de Bourne y su doloroso camino hacia sí mismo -con la participación de un director brillante como Paul Greengrass, el de «Domingo sangriento»- y del policial de policiales «Fuego contra fuego» dirigido por Michael Mann (el hombre detrás de «Miami Vice», la serie y la película) y protagonizado por Al Pacino y Robert De Niro. En el filme de Mann se produce este histórico contrapunto de actores y personajes. El director nos relata las vidas paralelas de un policía devastado por su trabajo y la de un ladrón metódico y genial que quiere abandonar el crimen y la soledad que le imponen sus acciones.

Hace poco Liam Neeson se involucró en un género sin antecedentes para él (aunque uno puede pensar en la ya lejana «Darkman» como una aproximación). Pero el hombre tiene la presencia necesaria, la estructura muscular y la mirada del tiburón que requieren estas travesías. La película, con guión de Luc Besson, dista mucho de ser excelente, sin embargo, pone a Neeson en un papel que le calza bien: un policía paranoico y salvaje que se enfrenta al peor de sus terrores. Y con más terror aún resuelve su problemita.

«Cinturón rojo» es la última «locura» de Mamet. Sus allegados dicen que el director de «Investigación de un homicidio» y guionista de «Los intocables» se sumergió en el mundo de las artes marciales mixtas durante cuatro años, un trabajo de investigación que desembocó en un filme de guerreros samurais posmodernos y televisados en vivo y en directo. Lo curioso del filme es que si se hace una segunda lectura uno descubrirá que Mamet, en realidad, no habla de Jiu-Jitsu sino de la industria del cine.

La historia relata el accidentado y doloroso camino que un humilde maestro de artes marciales debe soportar mientras a su lado le aparecen oportunidades de vender su integridad por dinero y cambiar su declinante posición económica. Al final, la pureza del guerrero prevalece contra todos los pronósticos y oponentes que le van surgiendo (hay escenas que quedarán entre lo mejor del cine de artes marciales de la historia) hasta llegar al centro del ring para testimoniar su verdad en respetuoso silencio.

¿No suena un poco a la historia del director que no sucumbe a las malas producciones cinematográficas que ven oportunidades comerciales en todo y arruinan vidas, carreras y excelentes guiones por un comercial de papas fritas? Bueno, algo de eso hay. Aunque aquí los huesos rotos y las narices sangrantes sirven para simbolizar el cuerpo a cuerpo que caracteriza la existencia como Mamet.

Publicado originalmente en diario «Río Negro»

Sueños y delirios

Dedicado a Miriam

Tal vez, y después de todo, los sueños no tengan fecha de vencimiento. Quizás sean como un puñado de energía transformado en imágenes que nos seduce perseguir de un lugar al otro.

He leido por ahí que no se debe descartar el delirio cuando este se corporiza en el patio trasero del sentido común. Es una semilla, un viejo loco vestido de Dandy que tarde o temprano nos dejará una fracción de su sabiduría. Suena naif plantearlo pero delirar es el primer paso hacia la construcción de un deseo que aspira a volverse real.

Al final, uno termina siendo el reflejo de sus sueños (porque los ha conquistado o porque aun está en procura de unos cuantos) o de sus peores miedos.

Por cuestiones prácticas la sociedad ha establecido que existe un cierto periodo en donde soñar no tiene connotaciones psiquiátricas. Siendo niño es incluso divertido confesar que se quiere ser domador de leones, bombero o astronauta. Más tarde, el mismo joven se desvela por integrar el clan de escritores exitosos, poetas malditos, filósofos atormentados o entrenadores de fútbol que pueblan los libros de historia. Las miradas extrañas comienzan cuando uno ya es un adulto hecho y derecho. Aseguran que llueve si se sacan mal las cuentas. Vos, tranquilo con lo tuyo.

Mi hija de 12 años me comentó al pasar (como si fuera nada) que quiere ser cantante, pianista y, en su defecto, periodista de modas (“¿Se estudia eso, pa?”). Un cóctel que explotó en mi cabeza ante cierta evidencia dividida en dos capítulos. El primero: el día en que cantó muy bien junto a una pequeña banda de rock en un acto escolar. El segundo: cuando me regaló un fashion magazine hecho con sus propias manos mediante imágenes y tipografías sacadas de distintos websites. Sentí que debía tomarla en serio. Lo curioso del asunto es que a mi, de a ratos, me gusta imaginarme como periodista de modas. No crean, lo he evaluado. Por supuesto, luego lo he descartado. Demasiado problemático. También mi hijo, León, me dio buenas nuevas profesionales y a los siete años asegura que no sólo quiere ser chef sino que, de hecho, ya lo es. ¿Soy cocinero papá?, me pregunta noche tras noche mientras me ve correr detrás de las ollas.

Claro, sus sueños son proyecciones de los míos. Soy el que moriría por tocar el piano y cantar como Tom Waits, escribir sobre el último desfile de Armani y cocinar en un buen y perdido resto/bar de Nueva York. Son delirios, los míos, mientras que lo de ellos son gemas, circulos de luz que un día se abrirán hacia quien sabe donde.

Sin embargo, no importa cuantos años tenga en este momento, que tan bravo parezca ponerse en marcha, yo lo imagino: soy chef. Y no sólo me sueño chef o magazine reporter también me asumo un verdadero cowboy porque me gustan los caballos y los campos infinitos del sur, y me siento junto a una fogata mientras los lobos se llaman entre sí. De este modo voy por la calle: cocinando en barcos que atraviesan el Atlántico, arreando ovejas, visitando Londres vestido de impecable traje y corbata, cocinando en un boliche berlinés.

Son sueños que están haciendo algo por mi. Me empujan. Me hablan de la libertad a precios altos pero que se deben pagar. Soy un tonto y un aprendiz de mago que persiste en creer que no se trata tanto de lo que eres sino de en quién te estás transformando.

Canciones que te acompañan

En las buenas y en las malas siempre hay canciones. A veces nos sostienen o bien semejan al amigo con el que nos tomamos una cerveza en un bar. A José, por ejemplo, el disco “The Final Cut”, el último del que participó Roger Waters en Pink Floyd, lo acompañó en el peor momento de su vida: exiliado, perdido y solitario, tratando de reinventarse para salir a la superficie. Años atrás me hizo lo hizo escuchar. Sobre las letras cantaba José y de un modo muy varonil, rudo como un cowboy junto al fuego, lloraba mordido. Era justo la medicina que necesitaba. De haber sido yo, con esas armonías de fondo en el periodo más complejo de mi existencia, pues, me habría colgado del primer árbol.
Aunque no transite por el infierno, por estos días, he adoptado mi propia banda de sonido. Debería reconocer primero que estoy enamorado de Corinne Bayle Rae. Cómo no estarlo y quién sabe a cuantas almas más conquistó ya  esta hermosa negra de voz delicada y sensual. El disco que la transformó en star de un subgénero pop que coquetea con el jazz lleva su nombre. En la portada está ella: frágil como un flor, su piel contrastando con un vestido amarillo muy simple. Sus ojos miran pero sin ver. La han sacado de la siesta para hacer esta fotografía. Mientras tanto sus dedos sostienen un imaginario hilo de oro que la conecta con Buda.
No puedo, no quiero dejar de escuchar a Corinne Bayle. Prendido de la textura de su voz, de sus melodías sencillas que se abren hacia nuevos e inesperados caminos, de sus letras profundas pero que dichas así parecen nacidas en un susurro, estoy transitando una etapa. Como si las canciones de Corinne fueran puentes colgantes y móviles ubicados sobre el infinito, salto de un lado al otro avanzando sobre el vacío.
Las primeras cinco canciones del CD son simplemente perfectas. Sus temas penetran tu piel mientras te habla acerca del amor, la libertad y la necesidad de cambiar. “Like a star”, que abre el disco, es una idea pequeña y concentrada igual que el núcleo de un átomo. Si la escuchas, y no estás preparado, sería capaz de robarte un par de lágrimas. Y la tercera, “Put your record on”, un hit que estuvo entre los primeros puestos de los charts en Europa. El ritmo y la onda del tema son tan pegajosos que uno no puede sustraerse a su encanto. Hay decenas de videos en youtube de Corinne haciendo versiones en vivo, acústicas o enchufadas de esta canción en el que habla de tirar para adelante, de superar las crisis y de escuchar tus canciones favoritas en aquellos días raros.
De todos modos, el tema que no ha dejado de sonar en mis auriculares es la número cuatro: “Till It Happens To You Lyrics”. Aquí me tienes, sin saber muy bien como contagiarte de mi entusiasmo. Es un obra en la que se confunden al menos dos melodías distintas y que a su vez terminan atravesadas por la voz de Corinne en mono repitiendo ese tipo de frases que de tiempo en tiempo quedan en nuestra mente y necesitamos conservar. A ver, no puedo cantar como ella, pero dice más o menos así: “Sé que lo que dije, lo dije en caliente. Pero hay algo de verdad en lo que hablamos. Es tarde para arreglar este corazón roto. Por favor, no me preguntes adónde voy. Porque no sé. Ya no lo sé. Lo nuestro era como el cielo. Lo nuestro era como mayo. Me parecía escuchar los violines, igual que una sinfonía, tocando las cuerdas del corazón. Ahora todo eso ha desaparecido. Nadie quiere enfrentar la verdad. Ya no creemos en lo que el amor puede hacer”.
Es triste ¿no? Bueno, a veces la belleza viene con estos colores.

Otro poema de amor

El amor como una experiencia sin sentido. Como un combate cuerpo a cuerpo. Como una tormenta desgarrando tus pupilas. Como un beso que huye. Como un volcán en erupción. Como un camaleón. Como un monstruo invisible que se disfraza en tantos cuerpos. Como la piel. Como el río que fluye montaña abajo. Como un cartel de neón en la ruta. Como un libro subrayado a tres colores. Como un teorema que no puedes resolver. Como un mantra perpetuo que te anula. Como la promesa de Buda vertida sobre el sexo de tu amante. Como el anillo perfecto que compraste a la persona perfecta pero que jamás le regalarás. Como las cartas sin remitente. Como una canción que no puedes dejar de escuchar. Como el primer avión que te tomas para olvidar y permanecer. Como un cigarrillo en ayunas. Como el vaso de whisky sobre la barra que alguien borracho se ha olvidado. Como la conversación que da vuelta todas las fichas. Y donde había blanco, ahora sólo hay negro. Y música en lugar de silencio. Como el laberinto en el que te metiste y del que no podrás salir. Como el dolor que causaste pensando que dabas amor y del amor que recibiste inmerecidamente. Como una promesa dicha una tarde gris y aburrida. Como una tela en blanco que debes comenzar a pintar ahora mismo. Mientras lloras y respiras.

Sobre los hombros de los gigantes

Por varias y sólidas razones Oasis es un objeto extraño entre las bandas inglesas que vienen dominando la escena musical desde hace más de una década.
Tienen un origen humilde, trabajador (se formaron en Manchester), y su rudeza de pibes de barrio gris se les nota en los malos modos. En su indiscutible ausencia de British Manners. Pocas veces se lo ha visto a su guitarrista y compositor, Noel, en una actitud que delate un mínimo gesto de humildad, mientras que su hermano, Liam, ya abandonó toda forma de expresión corporal arriba del escenario para vidas posteriores.
Con la prensa suelen ser parcos, con los fans incluso indiferentes, con el resto del mundo menos que eso aun.
Dicho esto, uno podría suponer que sus almas curtidas por la carencia darían a la luz una lírica amparada en la puteada, acordes de guitarra de simples para abajo y arreglos anodinos. Pues no. Noel y Liam Gallager han escrito no sólo algunos de los mejores y más pegajosos hits del rock/pop de los últimos años sino que también se dieron el lujo de componer una de las más bellas canciones de amor todos los tiempos “Wonderwall” (dicen que cuando Noel la tocó por primera vez en su guitarra, mientras la banda estaba de gira, algunos de sus miembros lloraron. En serio, lloraron).
Su época de disputas con Blur y Robbie Williams han quedado atrás. Tal vez no definitivamente, siempre encontrarán con quien agarrarse a trompadas. Lo cierto es que su imagen de estrellas tontas, que históricamente los ha postulado como futuros estrellados, ha hallado contrapeso en una impecable carrera musical.
Al final de la historia estos hermanos malditos, borrachos y pendencieros, se mantuvieron juntos para seguir construyendo un edificio musical en base a canciones inteligentes y de un saludable buen gusto pop.
Podemos subrayar algunos elementos del planeta Oasis: una voz rasgada, furiosa, casi haragana al servicio de un telón armónico dinámico y de amplio registro que, a su vez, se ampara en una base rítmica sin fisuras. Y a lo largo de ese cuerpo compositivo, la guitarra de Noel. Una espada de fuego que satura la melodía y vuelve épico cada uno de los finales.
Si bien su disco Definitely Maybe resultó un batacazo, (What’s the Story) Morning Glory?, instaló a Oasis en otra dimensión. Desde que ese milagroso puñado de hits invadió las radios, la banda de los Gallagher no ha abandonado el olimpo de los ungidos.
Entre idas y venidas de diversos instrumentistas (unas más escandalosas y polémicas que otras), Oasis continúo dejando poderosas canciones en el camino. Su espíritu perturbador se conservó vivo y la energía arrasadora de sus letras no perdió fuerza. Ahí están para dar testimonio los álbums: Be Here Now, Standing on the Shoulder of Giants, Heathen Chemistry, Don’t Believe The Truth y Dig Out Your Soul.
Este domingo en River Plate concretarán su cuarto show en la Argentina. Para la previa del show ya hicieron sus pedidos: papas fritas, frutas secas y unas cuantas toneladas de alcohol.
Sólo lo mejor para unos ingleses malhumorados que hacen equilibro sobre los hombros de los gigantes.