¿Cuánto me das por mi mujer?, Jacobo

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Abrasha Rotenberg se ha hecho tiempo para todo. Junto a Jacobo Timerman fue fundador y director de «La Opinión», escritor (es autor de «Historia confidencial» y «Última carta de Moscú», entre otros), periodista y editor (al lado de Manuel Aguilar fundó en España la editorial Altalena). Este padre de hijos famosos soportó el exilio y a la distancia se reveló como un coleccionista de chistes judíos. De eso se trata su último libro titulado, sin más preámbulos, como «Chistes judíos que me contó mi padre».

-Son muchas vidas en una. Recuerdo su muy interesante libro «Historia confidencial. La Opinión y otros olvidos», y ahora nos encontramos con este «Chistes judíos que me contó mi padre» (Libros del Zorzal). ¿Cómo nace la idea de elaborar un volumen con chistes judíos?

-Éste es un libro que ya había sido editado hace algunos años en Europa. Tuvo una edición bellísima en Portugal y ahora sale acá, he recopilado algunas cosas más y nuevos chistes que fueron incorporados. Es un destino agradable el de este libro. Son historias familiares que juegan con la exageración de lo real. Con la hipérbole de los hechos. No es un libro crítico o irónico, es más bien una autobúsqueda que hace hincapié en rasgos culturales que terminan en un chiste o en una situación cómica.

-¿Hay un chiste judío, es decir, podría tipificárselo?

-La clave de estos chistes es la exageración. Una situación que tiene un origen familiar, cotidiano y que ha sido ampliado en función del chiste. Es un humor que se remonta a épocas difíciles. Muchas veces, de fondo, se describen situaciones de pobreza o necesidad y el chiste en sí refiere a algo cómico que produce alegría. Los personajes se transforman en protagonistas de una contradicción.

-Esto es básicamente reírse de los defectos o de una serie de pecados que, contados con ingenio, nos hacen reír. Imagino que parte de todo lo que cuenta realmente existe.

-Uno le pone el acento a un rasgo de la personalidad o de los hechos, lo subraya. No quiere decir que sean exactamente de ese modo, pero exagerándolos se vuelven más cercanos y más graciosos. Es una de las formas que encuentro de digerir la realidad que a veces no es tan divertida ni alegre.

-El humor judío está atravesado por una especie de autocrítica, si se la puede llamar así. Es el caso del rabino al que le han robado su caballo y quien en medio de un sermón condenando el robo y la lujuria, se da cuenta de que lo olvidó en casa de su amante. O del otro que quiere venderle su mujer a su amigo a cambio de nada.

-El humor judío tiene elementos muy tradicionales, algunos propios del siglo XIX. Viene de momentos de crisis que luego fueron transformados en una anécdota. La debilidad del prójimo por ser un avaro o un tipo que en el fondo tuerce las reglas, se utiliza casi como un elemento de ternura o risible. Hay situaciones en los chistes que hacen recordar las costumbres de los pueblitos de Rusia. Hubo épocas de mucha pobreza que involucraron a la cultura judía, de estas vivencias salieron reelaborados los chistes. Es también el humor que nace en el exilio y en condiciones difíciles. Es el contraste entre lo que es judío y lo que no. Y, claro, es el humor de Woody Allen.

-El humor como una oportunidad de reírnos de nosotros mismos aunque suene a un cliché.

-Sí, el humor puede ayudarnos a soportar la adversidad y consolarnos.

Publicada originalmente en «Río Negro»