Río Bravo: el western perfecto

Se cumplen 50 años del estreno de “Río Bravo”, dirigida por Howard Hawks. Fue el primero de una trilogía que incluyó “El dorado” y “Río Lojo”, siempre con John Wayne como protagonistas. Para muchos se trata del wester perfecto.

La escena ha quedado subrayada en los libros de historia dedicados a los grandes western. El ayudante del Sheriff, Dude, víctima de una feroz resaca, entra por la puerta vaivén al bar en busca de un fugitivo al que acaba de herir en una persecusión callejera. Su amigo y jefe, John T. Chance, irrumpe desde atrás. ¡Todos quietos, las armas al suelo!. Dude, a pesar de su patético estado, asegura haber visto lo que todos niegan en el lugar. “Nadie ha entrado aquí”, le contestan con sorna. Luego comienzan las bromas pesadas. Recordando la adicción del ayudante, uno de lo parroquianos lanza una moneda a una vasija de metal, una de tantas que ha recogido Dude, en los últimos dos años, con el fin de pagarse un trago de whisky. El tiempo parece haberse detenido en el sitio incorrecto. El ayudante está a punto de quebrarse. Contrariado se acerca a la barra en la que descubre un vaso de cerveza sobre el cual ha caído una gota de sangre. “Después de todo si voy a tomarme ese trago”, le indica al cantinero y antes de que este pueda terminar de servirle, Dude gira con elegancia y velocidad y dispara certero hacia el cielo raso. Un único ¡Bang! y el fugitivo se desploma sin remedio. La conocida secuencia forma parte, por supuesto, de “Río Bravo” (1959), la primera película de la trilogía de Howard Hawks que se completa con “El Dorado” y “Río Rojo”. Cada una de ellas mantiene un mismo patrón de persanajes pero “Río Bravo” fue la primera. Y la mejor. Todo lo que se le pueda exigir a un buen western está allí. Más aun. Porque Hawks tuvo la inteligencia de sumarle elementos populares de un modo estratégico. El director apuntaló la figura emblemática de John Wayne con dos estrellas de la canción, el archiconocido Dean Martin (Dude) y el, por entonces, ídolo juvenil Ricky Nelson (“Colorado”). La trama posee un equilibrio notable entre la acción, el romance y una visión muy americana referente a los lazos afectivos que unen a los amigos. Básicamente: un malandra, hermano de un rico hacendado llamado Joe Burdette (Claude Akins), mata a un vaquero indefenso. Chace no duda en ponerlo en prisión, sin embargo, Burdette y sus muchos secuaces tiene otros planes. Sacar al pillo de las rejas por las buenas o por las malas, el primero. A partir de entonces, Chance se ve en la disyuntiva de entregar al malo del filme y ahorrarse problemas o de resistir hasta que llegue un juez con el apoyo de sus ayudantes: el borracho Dude (a quien los mexicanos llaman “borrachón” desde que se embriaga porque una mujer lo abandonó) y Stumpy (Walter Brennan), un abuelo cascarrabias, muy cómico, que no ve un burro a dos pasos y tiene problemas en una pierna. Con el paso de las horas, Chance encuentra apoyo en un nutrido y variopinto grupo de personajes, junto a los cuales, como es de esperar, finalmente triunfa. Es el turno de la bella Feathers (Angie Dickinson) y del autosuficiente “ Colorado Ryan” (Ricky Nelson). También están el dueño de un hotel (Pedro Gonzalez-Gonzalez) y su bonita esposa (Estelita Rodriguez). En “Río Bravo” los fanáticos del género tienen la posiblidad de ver a John Wayne en uno de sus mejores momentos actorales, ubicado en la edad justa para encarnar a un personaje cansado aunque sabio y listo tanto para amar como para luchar. Se lo nota realmente ágil en una serie de escenas en las que debe poner el cuerpo. El filme de Hawks fue estructurado como una sucesión de momentos de distinta intensidad que semejan el riel de una montaña rusa. Comienza en el absoluto silencio, puesto que durante toda la primera escena, en la que Dude entra a un bar poco menos que rogando por una moneda y que concluye con el disparo del hermano de Burdette a quemaropa, no se emite una sóla palabra. En contraposición, el filme termina con explosiones de dinamita y maleantes corriendo de un lado al otro. En el medio, están las bellas piernas de Angie Dickinson (alguna vez elegidas como las mejores del mundo), las risas descontroladas de Stumpy y las canciones de Dean y Ricky, una de ellas titulada: «My Rifle, My Pony, and Me». No sería exagerado decir que estamos en presencia del western perfecto.

El Dorado y Río Lobo

Además de una gran película, “Río Bravo”, fue un buen negocio. Llegó a recaudar 5,5 millones de dólares. Es también uno de los fundamentos para que Howard Hawks filmara una segunda y hasta una tercera versión. Sin embargo, “El Dorado”, la segunda de la trilogía, se filmó recién en 1967. Su parecido con su antecesora es notable, al punto que sólo podemos entenderla como una remake. Una vez más John Wayne se rodea de un grupo de extraños personajes que lo ayudan a triunfar sobre los malos de turno. En esta oportunidad, Wayne comparte cartel con Robert Mitchum y un joven James Caan. En 1970, Hawks filmó “Río Lobo”, con un Wayne mucho más curtido. Acompañado por Christopher Mitchum (hijo de Robert), Jorge Rivero y Jennifer O ‘Neill, la misión vuelve a ser la misma aunque la caídas duelen más.

Baila hermanita

Fue un año delirante para Terence Trent D’Arby. En 1987 pasó del anonimato a la fama con la publicación de un disco de nombre enigmático: “Introducing the Hardline According to Terence Trent D’Arby”. Era uno de esos típicos, aunque nada habituales, trabajos inaugurales que no contienen en su cuerpo uno sino muchos hits. “Introducing the Hardline According to Terence Trent D’Arby”, traía fantásticas canciones que todavía hoy suenan en las radios del mundo entero: «If You Let Me Stay», «Wishing Well» y «Sign Your Name». Todas destinadas a convertirse en un hit radial. Todas pensadas como un emblema. Como el escudo dorado, representación de una nueva forma de entender la música comtemporánea. Era lógico suponer que Terence le disputaría un lugar a los más grandes difusores del pop de su tiempo. Terence poseía una compleja trama de virtudes que lo acercaban más a Prince que a Michael Jackson. Era una suerte de Prince -creativo, multriinstrumentista, energéticamente fálico- pero sin sus defectos, sin sus busquedas tortuosas, que a la vez reunía varias de las mejores cosas de un auténtico Jackson: swing negro fusionado con pop blanco. Talento natural en el arte de la danza. Pero dueño de un registro vocal, bien soul, que los superaba a ambos en virtuosismo. El disco se transformó en un enorme éxito que llegó a vender 12 millones de unidades. Sin embargo, nadie parecía contar con que Terence Trent D’Arby no estaba dispuesto, ni tampoco podía, ser uno más en la escena de la música internacional. Como tantos otros talentos exacerbados, también él se sumergió en laberintos oscuros que lo llevaron a la experimentación hasta un punto en que su figura comenzó a diluirse. Sus discos posteriores aun poseían parte de la magia y el atractivo que lo hicieron llegar a la tapa de la “Rolling Stone”, pero se sabe que los grandes públicos no gozan con la supremacía de mixtura. Con el collage que es capaz de engendrar un auténtico genio. En el camino hacia el nuevo siglo Terence Trent D’Arby se perdió. Apareció mucho después bajo otro nombre y bajo otro signo compositivo. Antes de naufragar en su propio mar de vanidad y vacío Terence reencarnó como Sananda Maitreya. «Terence Trent D’arby estaba muerto…vio su sufrimiento mientras fallecía en una noble muerte», declaró el flamante artista. De las muchas buenas canciones que trae su primer disco, «Dance Little Sister», es la que más me gusta. Si no es una obra maestra pop-soul se le acerca mucho. Su estructura rítmica está marcada por el sonido de un pequeño organillo y de un bajo que no abandona la melodía en ningún momento. Un dios omniciente que todo lo sabe y no te deja solo. Los vientos pueblan el espacio y expanden el sonido como el gran angular de una súpercámara. El resultado es puro baile. Exclusiva y maravillosa intensidad. La letra es también un himno a la vida. Su estribillo dice: “(tu tienes que)/Bailar hermanita/No te rindas hoy/Aguanta hasta mañana/No quiero oír que para vos ya es tarde/No te rindas hoy/Espera hasta mañana/No renuncies a lo que sos”.

Dance little sister

Uno de mis himnos.

Dance Little sister

Levántate de esa silla abuela

¿Te gustaría bailar?

Abandona a ese fantasma que te obsesiona

Sácalo afuera

No permitas que te coma viva por dentro

Refresca tu mente

¿No prefieres quedarte de este lado de la linea?

Te lo puedo asegurar: cuando tengas mi edad

aprenderás de todo lo que has dejado detrás

(tu tienes que)

Bailar hermanita

No te rindas hoy

Aguanta hasta mañana

No quiero oír que para vos ya es tarde

No te rindas hoy

Espera hasta mañana

No renuncies a lo que sos

Di, ahora compartiré el peso

Pon la cruz a un lado

Y que el largo brazo de la esperanza te lo ofrezca todo

No es fácil pero renunciar es lo fácil por hacer

El tiempo está de tu lado

¿Podrías mirar el reloj?

Deja que marque para vos

(tu tienes que)

Bailar hermanita

No te rindas hoy

Aguanta hasta mañana

No quiero oír que para vos ya es tarde

No te rindas hoy

Espera hasta mañana

No renuncies a lo que sos

Hacer algo

 

En años de bolsillos vacíos caminaba entre las librerías de viejo con mis últimos dos pesos aferrados a mi mano. No había trabajo. Volvía a mi casa después de recibir avalanchas de “No” y, en el camino, en esos templos profanos e informales de la cultura, gastaba la mitad de mi riqueza en un libro usado. El otro peso era para el pan.
Pensaba mucho en el futuro pero aun más en el presente. Con tiempo de sobra, triste pero a la vez cargado de deseo, leía hasta que los ojos me ardían. También dibujaba planes secretos en pequeñas libretas negras. Sueños que un día alcanzaría y me harían un hombre libre. Hacía algo.
Soy hijo de una incómoda sensación generacional: la de que no son estos buenos tiempos para emprender nada. La de que justo cuando llegué al banquete este ya finalizaba. Contra tal máxima he transcurrido el largo camino de sonrisas y lágrimas que unos llaman vida, otros accidente y que quizás sólo sea un juego, un laberinto a resolver al que hemos sido invitados de “prepo”.
Aun en las peores circunstancias las personas abandonan sus infiernos moviendo el cuerpo y la mente. Agitando el alma. Derrotando con la acción la tentación de permanecer muertos en vida.
Conozco hombres que han permanecido recluidos en su triste soledad sin pedir ayuda. Y a otros que simplemente dieron un paso primero y otro después para luego encontrar un sentido al sinsentido de la existencia. Resolver acertijos es una de las condiciones que impone vivir. No son épocas de vacas gordas. No abunda casi nada excepto la escasez de posibilidades y por la mayoría de las cosas que amo hacer, nadie me pagaría un centavo. 
Mi admirado Horacio Licera, ilustrador e infografista de este diario, me dio una agradable lección el otro día al mostrarme su última ocurrencia: un motor a vapor. No tiene precio. No será vendido. 
Le llevó tiempo, inteligencia y ganas. Pero ahí está aquel divertido mecanismo, funcionando a buen ritmo, hijo de una energía distinta y de la sabiduría bien adquirida por Horacio. Lo hizo porque sí. Porque de este modo, aun sin contraprestaciones evidentes, el motor le permite dejar su huella en el mundo y subrayar su punto de vista.
Hay acciones que dignifican la condición humana, que establecen límites. El hombre que barre y lava el piso de la más humilde de las moradas vivirá en la pobreza más no en la miseria.
El buscavidas que ya maduro aprende un oficio y con esfuerzo continúa en la ruta, encarnará al novato pero también a un experto para tener en cuenta. Aquel que dibuja en una servilleta el rostro de su amada. El que lee un libro de un autor que no conoce por razones que no le importan. El que te recomienda una película que “te cambiará la vida”. Son detalles. Señales de parte de alguien que aun en un mundo en sombras aspira a más. 
No importa que tan dura esté la calle. Que tan nulas sean las posiblidades de crecimiento, creo fervientemente en hacer algo. Algo por qué continuar. Algo por lo cual brindar. 
Lo considero una suerte conjuro. Un acto de alta brujería que me permite invocar a fuerzas superiores. Antes de pasar a lo mejor, debemos recurrir a lo más profundo de nuestras fuerzas y proponer. Lanzar los dados.
Escribir es mi oficio. Y organizar, junto a un grupo maravilloso de gente, un festival como “El Valle de los Músicos”, una forma de cambiar el mundo. De refutar con un paisaje artístico, el discurso de la imposibilidad.
Será este domingo 22, entre las 18 y las 24. Quienes deseen más información pueden obtenerla en www.valledelosmusicos.wordpress.com

 

¡Una banda!

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Dice Andrés Fuhr y le creo: “¡estoy armando una banda! Vamos a pasar por distintos momentos y terminamos bien latin, bien salsa, para dejarle un buen clima a los chicos de la Filarmónica”. El año pasado me explicó algo similar semanas antes de dar comienzo al “Valle de los Musicos II” y fue un maravilloso flash. Creo en su trabajo y sé que esa noche (la del 22 de noviembre en Plaza San Martín de Roca), como siempre, él y sus músicos romperán moldes y dejarán en el aire un dibujo, una sensación entrañable.

Encuentros

rubia

Entre las paredes húmedas e impregnadas con pis de gato de una librería en la que alguna vez trabajó Roberto Artl, encontré “La rubia del bar” de Raúl Nuñez. No sólo fue un hallazgo literario, fue también un encuentro amoroso. “La rubia del bar” me acompañó en años malos. Cuidó de mis heridas. Alimentó mi esperanza. Lo digo en serio. No hay lírica en este recuerdo. En el transcurso de una orilla a la otra, el libro del argentino radicado en Barcelona y fallecido en 1996, me permitió adentrarme en sus páginas con la urgencia de un amante inexperto. Una, dos, tres veces me emborraché con su historia. Me enamoré yo también de la rubia del bar y, por supuesto, ella, enigmática e indiferente, también a mi me abandonó. Entonces tenía tiempo pero no dinero. Y no tener ni tiempo ni efectivo es una de las situaciones más odiosas a las que puede someterse un hombre. Por motivos que no sería pertinente explicar aquí, ahora poseo algo de tiempo nuevamente ¿El dinero?, ya es una lucha a parte. La palabra poseo me resuena a Lejano Oriente, a genio escondido dentro de una lámpara. Pero poseo, granos de sal cayendo del reloj de arena, sin ser millonario, ni siquiera pudiente en este metafórico sentido. Conservo un par de horitas que ahora revolotean en mi bolsillo. La última vez que me ocurrió algo parecido fue cuando coincidí con “La rubia del bar”, un pequeño ejemplar publicado por Anagrama, que adquirí por un peso. Un escueto y miserable peso. De haber costado un centavo más jamás habría terminado en mi mesa de luz. Días atrás tuve otro de esos encuentros hombre-libro, aunque bien pueden extenderse a varias áreas del arte, en un kiosko del centro. Entre una pila de diarios y otra descubrí un pequeño ejemplar de una novela de Paul Auster, “La habitación cerrada”. Un libro espléndido que corresponde a las primeras etapas de la carrera del autor de “Mr. Vértigo”, “La música del azar”, entre otros títulos famosos. “9 pesos”, decía un cartelito y me lo llevé. Una vez en casa, literalmente, me zambullí en la cama como en una pileta, me quité las zapatillas y me dejé arrastrar por la historia. Fue un viaje corto y divertido. Agregaría profundo e inesperado. Un autor a la caza de otro autor. Hasta que el lector termina por sospechar que uno de los dos jamás ha existido. Un maravilloso lío de identidades muy típico en Auster. Mi horario extra, mis minutos afuera que por estos días han regresado de quién sabe que dimensión paralela, me sirvieron de pasaporte hacia este regalo de la vida. La pregunta apareció en mi mente como un acertijo de esos que se dejan caer a la mesa entre amigos. Una noche en que se hablan miles de temas, se lee el tarot y al final alguien pregunta y desafía: ¿si tuvieras una hora más a qué la dedicarías? ¿qué harías exactamente? Mi respuesta está implícita en este texto. Puede sonar un poco pretensioso pero es obvio que aquello hacia lo que vamos -caudal de energía sobrenatural-, desnuda a quienes somos en esencia. De las muchas cosas que uno puede ser, se es sobretodo la geografia hacia la cual nos dirigimos cuando una fracción de tiempo extra nos interpela.

paul

El regreso de Living Colour

Para el diario «Río Negro», y vía mail, le hice seis preguntas esenciales a «Living Colour» que por estas horas están en la Argentina.

-¿Qué cosas han cambiado y de qué manera ha crecido el grupo desde su primer y excelente álbum «Vivid?

-Estamos más conectados que nunca. Con el tiempo hemos sido capaces de trabajar en la comunicación entre nosotros y en creer en las fortalezas de cada uno.

-¿Cómo definen a su nuevo álbum «The Chair in the Doorway?»

-El título habla por sí mismo. Es comprender que moverse como banda implica enfrentar una serie de retos a lo largo de esa vida juntos. Este álbum es una imagen del lugar en el cual estamos como amigos y un espacio donde hablamos entre nosotros a través de las canciones. Abstracto pero muy real.

-¿Qué podemos esperar de su show en Neuquén?

-Tocaremos muchas de las canciones de nuestro nuevo álbum. Pero también buscaremos en el catálogo de «Living Colour» y haremos algunas de aquellas joyas. Como plus tenemos un show muy visual.

-¿Qué bandas de rock o de otros géneros han llamado su atención en los últimos años?

-Mos Def y Tarja son dos de nuestras bandas favoritas y muy recientes.

-¿Qué es lo mejor de su nuevo álbum?

-Todas las canciones ayudan a contar la historia del disco. Pero en especial «Bless Those» and «Out of Mind» han impactado increíblemente en la audiencia.

-Vernon Reid estuvo en Neuquén algunos años atrás ¿tiene algunos buenos recuerdos de aquel show?

-Tuvo un excelente show allí ¡y por eso los esperamos en el concierto del domingo!

Las preguntas en «Río Negro»
Negro sobre negro por «El Negro» Walter Rodríguez

Palomas

FILARMONICA3

“Palomas” es uno de los mejores temas del disco de la Filarmónica Cósmica. Posee una cadencia extraña, compuesta de muchos matices que te invitan a viajar. ¿Dónde? Pues, cada cual sabrá de qué sueños está hecha su historia. La letra habla de ese apetito tan vinculado al amor. Imágenes apasionadas que invocan al mar. Y quiero más, dice, y sí, quiero más es toda una definición de principios.
Este 22 de noviembre La Filarmónica Cósmica cerrá la tercera versión del Valle de los Músicos.

http://www.myspace.com/lafilarmonicacosmica

Más información del Valle de los Músicos III

www.valledelosmusicos.wordpress.com

Soy un perdedor

Perder, o su versión acaso más glamorosa, fracasar son actividades a las que uno debe irse acostumbrando. Después de años de insistente práctica he aprendido, para tales circunstancias, a gesticular mi mejor rostro de poker. Frente a la desdicha de no obtener lo que busqué con desesperación y empeño: cara de vaca. Ante los imposibles que talan el árbol de los sueños: alego demencia. Y persisto.
No estoy dispuesto a que los muy fundados hechos de la realidad me indiquen el camino y subrayen el escenario de mi derrota. Soy un perdedor: puedo manejarlo. No descarto cierto glamour en esto de morder el polvo. De jeans y remera, fresco como un animal salvaje y emitiendo desde la piel ondas de un perfume Hugo. No suena mal. 
He nacido para luchar. Sigo en la ruta sólo para enfrentar molinos de viento. Ser primero nunca ha desvelado a un espadachín. Según dicta “El libro del samurai”, aun sin cabeza el guerrero puede acabar con algunos de sus adversarios.
No es tan valioso el grito de la victoria como la fricción en sí misma. 
No siento pena por mi mismo. Lamo mis heridas. Invento mundos paralelos. Escribo detalles de mis próximos planes secretos. El arte, en definitiva, me ha enseñado que fracasar es parte del ciclo vital. Una reencarnación enlaza a la siguente. Un dolor reinterpreta a cualquier felicidad reinante.
Tomás Eloy Martínez recordó, hablando de Juan Carlos Onetti, que el escritor uruguayo le dijo a María Esther Gilio: «Todos los personajes y todas las personas nacieron para la derrota. Uno puede detener la trayectoria del personaje en un instante de triunfo pero, si continuamos, el final es siempre Waterloo».
Y se podría agregar que Charles Bukowski no sólo hizo culto de su imagen de sacerdote sucio y pagano sino que además escribió un espléndido libro llamado “La senda del perdedor”.
En el blog de Andrés Borbón -http://tecnoculto.com- he encontrado una verdadera declaración de principios: “Ser un perdedor no tiene ninguna importancia. De una forma u otra, todos lo somos, ya que no existe una sola persona que pueda triunfar en todos y cada uno de los aspectos de su vida. Lo importante es no ser un perdedor en aquello que tiene más valor para nosotros. Lo demás, que se vaya a la mierda”.
Pero digamos que si, que importa, que nos duele, que nos hiere, que nos afecta, que perder la dignidad y el aliento en un proyecto nos obligan a retorcenos en la cama, pero que de igual modo la herida nos provoca y nos impulsa hacia a nuevos esfuerzos y nuevas claudicaciones.
Fue Beck el que siendo un chico cantó: “Soy un perdedor. I’m a loser baby, so why don’t you kill me?” y se volvió célebre. Y “Firmin”, un ratón creado por Sam Savage, escritor que dicho sea de paso tiene una cara “loser” tremenda, el personaje que transcurrió atado a su destino trágico, mientras la librería que alimentaba sus sueños iba desapareciendo.
La palabra éxito es un invento artificial. Pura química que no encontrarás en los ríos que nacen en el deshielo de las montañas. No se puede navegar hacia el horizonte en un barco al que alguien ha bautizado “El mejor”.
Francis Ford Coppola, que hipotecó una y otra vez su casa para financiar sus proyectos cinematográficos, se explicó en un reciente entrevista: “Mi éxito se basa en fracasos. En general mis películas fueron fracasos y luego gustaron. Por lo tanto, no hay que preocuparse tanto por el que dirán”.
Partiendo de una actividad distinta y desenfrenada como el fútbol, Marcelo Bielsa señaló, en un conferencia ante líderes empresarios, desarrollada hace unos meses en Chile: “Soy un especialista en fracasos y sé perfectamente que las adhesiones se pierden cuando se acaba el éxito. Hay gente exitosa que no es feliz, y gente feliz que no necesita del éxito. El éxito es una excepción y no un continuo».
La ilusión, el deseo y la alegría, son explosiones luminosas que nada tienen que ver con la celebridad y el bronce. Se sube a increíbles alturas sólo para comprobar que no se alcanzá a tocar el cielo. El aprendiz de Buda sonríe sobre la extraña paz que ha alcanzado en una borrachera.
El fracaso es un combustible. Ser un perdedor, y a mucha honra, nos ubica en un lugar sagrado. Nunca somos tan humanos y tan divinos como cuando nos aceptamos verdaderos acróbatas de circo, saltando una y otra vez al vacío.

Que vienes

tú, que tienes tantos sabores.
tantas voces.
me dejas así
debajo de la línea del universo
cuando te vas sonriendo.

tú, que encuentras
que sabes sin saber
que escuchas voces de oro
que no te escondes

me dejas así
perdiendo el alma de a poco
cuando no me dices
cual es la clave del día

tú, que haces llover
que guardas tesoros
y viejas cartas
y nuevas sensaciones

desarmas mi cerco
cruzas mi fortaleza
y en lugar de una espada
me dejas un beso

tú, que vienes
que no te detienes
que desarmas conjuros
y me descubres con la mirada
ansiosa
esperándote.