Archivo mensual: junio 2010
Recontra enamorados
La curvatura de una espalda. El brillo de unos ojos. La expresividad de ciertas palabras. La manera, el estilo en los movimientos y en la ropa pueden desencadenar tormentas inesperadas.
La gente se enamora. Se lanza a la pileta con el último suspiro y espera que abajo todavía quede el agua suficiente para salir con la boca abierta hacia una nueva bocanada.
La ciencia no ha descifrado aun los laberintos de esta extrañísima forma de suicidio. Estas ganas de tenerlo todo bajo el riesgo de, al final, no obtener nada. No hay sortilegio. No hay conjuro que pueda contener la vocación por perderse, por apostar hasta los botones en un deseo, que albergamos los seres humanos.
Me he enterado ayer que los simios se matan unos a otros con el propósito de expandir su territorio. Una compañera de redacción me apunta que protegiendo lo suyo también los leones cometen sus pecados. Ya ven, en la parada del crimen humanos y bestias interpretan la sinfonía de la sangre.
Sin embargo, estoy convencido de que sólo nosotros somos capaces de perder la cabeza por amor. Y mejor no preguntes «de qué hablamos cuando hablamos de amor».
El asunto es que lo hacemos, nos estregamos. Regalamos el alma en bandeja de plata. Abrimos bien grande la puerta, de par en par, y todo lo que somos, todo lo que nos constituye, todo lo que nos define, sale corriendo hacia el objeto de la pasión.
Un angelito tierno, inocente y un poco tontolín nos avisa: «mirá que que podría salir mal».
¿Importa?. Aquí no hay espacio para el regateo. No hay dignidad que aguante. Este infierno posee su propio paraíso. Los ingredientes en juego, tanto nos hieren como curan la herida. O anestesian el dolor. En cada beso se conjuga un verbo distinto y se reinventa la vida proyectándose hacia más vida.
Quien no se ha enamorado no ha vivido.
¿Podrás encontrar a alguien más solo que al enamorado de un imposible?. Enamorado y rechazado. Que odioso resulta. Que incómoda sensación se nos queda pegada al cuerpo. Pero, ya lo dicen los piojos: «hay tanta belleza tirada en la mesa, desnuda toda rebalsada».
Como es obvio, desconozco la cura para tan terrible mal. Aunque, desde hace unos años, tengo la teoría, y creo fervientemente en ella, de que no nos enamoramos para el otro ni siquiera del otro, sino que lo hacemos en función de nosotros mismos. Amamos, o lo que sea que esto signifique, para testificar que la maravillosa energía vive bajo nuestra piel. Que arbitramos un don. Que con fanatismo y desmesura podemos de testificar que, si, estamos listos para patear el tablero del universo y hacer el click. A un milímetro de provocar el Big Bang, una vez más.
No por nada enamorados es como se hacen los hijos y se escriben las poesías.
El arte de la guerra
Entrevista con Charly Alberti
La leyenda del rock está ahí. De pie en un departamento de Roca, vestido de negro y zapatillas Nike verdes, definitivamente cool, listo darle curso a sus ideas.
El mismo hombre que junto a Gustavo Cerati y Zeta, recorrió buena parte del mundo ofreciendo recitales multitudinarios. El músico que marcó un estilo y estableció nuevos parámetros rítmicos y sonoros para el arte de tocar la batería.
Otras épocas. Otras vidas. Hoy Charly Alberti está volcado a temas tan trascendentes como concientizar a la sociedad sobre la protección del medioambiente y el calentamiento global. Alberti no se detiene, hace un tiempo descubrió que la provincia de Río Negro era una geografía para soñar y, porque no, vivir. El músico, se siente parte del sur. De modo que divide su agenda entre sus diversas ocupaciones que lo llevan a lo largo de Latinoamérica, y un proyecto muy conciso en Bariloche: recuperar el Centro de Convenciones de la ciudad, con el propósito de establecer un polo artístico y tecnológico de proyección internacional.
Veneno
Dependiendo de la distancia que tomemos de ellos, algunos tipos de veneno pueden prevenir, curar o matar. Pero la clave está en la distancia. O en la dosis, dirán. Me gusta pensar en términos un poco más poéticos: el veneno como una energía circular. Como el sol. Tirados en una playa, a ciento cincuenta millones de kilómetros, puede dejarnos un lindo bronceado. Un poco más cerca nos fulminaría sin piedad. Como el primer whisky con hielo de la noche que te invita a la charla. Ya tres te transforman en un tipo insoportable y balbuceante.
Este no es el lugar más apropiado para darle curso a una nueva perorata acerca de los excesos. Sólo apunto al hecho. ¿Tendrá razón Brian May cuando canta «Too much love will kill you». Supongo que a ciertos niveles «demasiado amor» deja de ser amor para convertirse en otra cosa. De todos modos, es una canción que no me gusta y que si me forzaran a escucharla un día entero tal vez sí podría terminar matándome.
En el fondo, si tiras de la cuerda, el veneno es una posibilidad intrínseca a todas las cosas.
En 1990 el joven Christopher McCandless,viajó hasta Alaska donde pretendía vivir al margen de la civilización. Se atrevió por un territorio salvaje, sin el conocimiento ni el equipo necesarios, y murió poco después de hambre. Alguien encontró un cartel en su refugio donde decía que había ido a buscar frutas silvestres y que necesitaba ayuda urgente. Así fue como el mundo se enteró de su final. McCandless se tiró de cabeza hacia el centro de su deseo y paradójicamente se perdió en su propia desolación. Imagino que aun moribundo logró entender que un poco de compañía y calor humano no le hubieran venido mal. Lo irónico es que, como no llevaba ni siquiera un mapa encima, jamás supo que había un refugio equipado para amantes del trekking a pocos kilómetros de donde falleció triste y agotado.
La Fender Stratocaster que Jimmy Hendrix quemó en pleno extasis musical en 1967 no sirvió de mucho después de la proeza, aunque 40 años después llegó a ser subastada, como reliquia, en 340.000 euros. Hendrix terminó hospitalizado después del concierto debido a las quemaduras en sus dedos.
Recuerdo también al personaje de «El perfume», de Patrick Süskind, “Jean-Baptiste Grenouille”, quien con unas gotas de su maravilloso perfume esparcidas en un pañuelo fue capaz de hipnotizar a una muchedumbre furiosa que quería su cabeza. Sin embargo, todo el frasco vertido sobre su cuerpo le resultó una apropiada forma de suicido (a la altura de su desquicio) cuando un grupo de personas atrapadas por el encanto del aroma se comieron a Jean-Baptiste Grenouille sin más preámbulos.
Buda habló del camino del medio, pero sin duda que en los extremos es donde está la diversión. Hay quien baja por las gritas de la Tierra y quien escala sus accidentes geográficos.
A pesar de lo dicho, existen situaciones que no remiten a ninguna desmesura y que, sin embargo, albergan buenos momentos. Allí no puedes establecer cantidades. No se pueden circunscribir mediante estadísticas que atraviesen techos históricos. Cuando escucho, «Blue in green» con Eliana Elías al piano, por ejemplo, no se me ocurren más que imágenes fragmentarias. Postales vividas de hechos vividos e imaginarios. Me sitúo mirando al mar. Caminando sin rumbo por ahí. Acariciando una piel. Alerta, bien despierto en ese minúsculo espacio sonoro, ubicado en quién sabe qué dimensión paralela, juego a que abro puertas. A que transcurro de un modo dulce y fresco.
En lo breve también hay plenitud.
Alejandro Fabbri y Horacio Pagani, la delantera
La historia del periodismo deportivo ha querido que dos sobresalientes profesionales, de distintas generaciones, hayan terminado trabajando en un mismo programa de televisión.
Ha sido para bien de los amantes de fútbol y del deporte en general. A Horacio Pagani y Alejandro Fabbri uno no se los imagina compartiendo un asado en honor de una larga y cálida amistad.
Aunque el respeto exista entre ellos, las diferencias de carácter, formas y de puntos de vista, los hacen incompatibles para tales menesteres afectivos.
Sin embargo, en el universo periodístico, sus singularidades convergen para darle forma a un divertido banquete mediático.
Es ya parte de la historia del oficio su pelea a propósito de la libertad de expresión en «Clarín».
En YouTube el video de los gritos entreverados de los dos tiene miles y miles de visitas. Al final, todos ganaron.
Dejando esta anécdota furiosa a parte, ambos contribuyen a la buena salud del periodismo y del programa que conducen «Estudio Fútbol» (13 a 15 por TyC).
Fabbri es una enciclopedia caminando del fútbol y no sólo eso también uno de los periodista que mejor analiza la realidad de este cada vez más complejo deporte.
En general, no le gusta monologar. Tampoco dictar cátedra.
Deja que los panelistas se expresen, y cuando tiene algo significativo para acotar, toma aire e interviene. Uno, espectador, conserva siempre la sensación de estar esperando: «a ver que piensa Fabbri» del tema.
Pagani, por el contrario, es un protagonista de pura cepa. El frontman de una bande rock.
No teme al ridículo ni a terminar expuesto. Dice lo que piensa y lo que siente. A su modo, con un estilo despojado de medias tintas, con agudeza y el aval de su amplia experiencia, cuenta lo que le dictan el instinto y la piel. Su perfomance es un espectáculo que merece verse.
Fabbri hace números y define estrategias. Pagani está harto de todo y todos y combate hipocresías con su afilada lengua. No tiene empacho en descalificar las mediocridades del periodismo ni de subrayar su retórica vacía. «¡Chicos, pero si no hay nada nuevo!», repite y parece un hombre listo para agarrar el bolso e irse a su casa. Pero, lo entretenido del asunto es que no se va a ninguna parte. Se queda y golpea la pantalla de televisor con el martillo de su total desparpajo.
Fabbri modera. Lo interpreta. Lo acepta a medias y suma. Establece el pulso del programa con palabras sabias y verbo erudito.
Por estos días ambos andan por Sudáfrica.
Uno en Pretoria, a cargo del estudio. Elegante y frugal. El otro, en Johannesburgo, con chalina y boina, como salido de un bar porteño de esos donde se arregla el mundo. ¿Habrá bares así en África?
Uno invita a reflexionar a partir de la madeja de informaciones. El otro patea el tablero. Uno sonríe. El otro carraspea. Uno arma el juego. El otro ataca y define.
En periodismo deportivo, debe ser la mejor delantera argentina en muchos años.
Acerca del vacío
Días atrás, Jostein Gaarder, autor de “El mundo de Sofía”, hablando de estar colmado, explicaba la posibilidad del vacío. Le decía esto a los lectores de El País de España: «La tecnología es una buena herramienta para hacer un seguimiento de las especies en peligro de extinción, de los fenómenos meteorológicos… El problema más importante es el consumismo, y el consumismo de información, de Internet y de la televisión. Antes estaba vaciando la botella, ahora la botella me vacía a mí. Creo que uno puede ser vaciado por Internet y la televisión».
Casualidad o no, ayer comencé a leer la última novela de Haruki Murakami, “De qué hablo cuando hablo de correr” (Tusquets) donde explica que nuestro espíritu no es lo suficientemente sólido para albergar el vacío. Aun así, el escritor japonés, cuenta que lo busca y lo convoca mediante extensas jornadas de “footing”. El vacío nunca llega a la cita pero el resultado siempre es beneficioso. Correr es perderse de uno mísmo. Es viajar sin cámara de fotos a un lugar impreciso.
Ver cinco horas de dibujitos o de series americanas es irse también. La diferencia está en la extraña resaca que nos deja un festín televisivo. Lo digo por experiencia propia. Subyace a la exposición una suerte de incomodidad, de malestar dentro y fuera del cuerpo que denuncia la inercia de la que fuimos partícipes por un tiempo prolongado. Aunque hayamos pasado un buen momento y tengamos uno que otro recuerdo divertido del banquete mediático, indiscutiblemente sentimos que la pantalla se ha apropiado de una pizca de nuestra alma. Es sabido que los indios americanos no permitían que les tomen fotografías por este motivo. Cada fotografía equivalía, para ellos, a relegar una fracción de su ser profundo.
Corro también aunque de un modo mucho más modesto que Murakami y que de cualquier profesional o amateur. Corro porque me he vuelto adicto a las sensaciones posteriores que deja el esfuerzo físico. Corro para atiborrarme de endorminas. Y corro porque la estética corporal es uno de los desafíos concientes de mi época.
Gaarder advierte sobre la obviedad. Dice lo que sólo le está permitido a un escritor de su éxito sin que las quejas se multipliquen. Justo Gaarder que apretó la historia de la filosofía en el pequeño espacio de una novela juvenil.
La televisión y la web en todas sus nuevas y rutilantes formas nos quitan más de lo que nos dan. Ante ciertos materiales audiovisuales el cuerpo y la mente quedan desvalidos. No hay una explicación de porqué ocurre esto.
Acaso se deba a que los estímulos ya están procesados. Son hijos de una intencionalidad que no admite lecturas singulares. Es un guión integrado de forma, color, sonido, que impiden que después de la alimentación visual, se desarrollen verdaderas ideas personales acerca de lo que se ofrece. Puede haberlas pero no es un asunto tan sencillo. Como un dulce artificial y empalagoso que ingresa a nuestro cuerpo con increíble potencia, establece reglas en función de sí mismo. Entonces somos relegados por su mensaje.
No sucede con los libros, simplemente porque en este caso la línea de texto es un componente de la explosión y no la explosión propiamente dicha. Al abrirlo, un libro no nos dice nada. Para que la “pantalla” se ilumine debemos sentarnos y leer. Lo cual equivale a poner mucho de nuestra parte.
Durante miles de años los budistas y los hinduistas han reflexionado acerca de la vacuidad. La mente es como un carro conducido por briosos caballos, grafica el Bhagavad Gita. Aplacar esa energía, domarla, es una de las grandes misiones que se adeuda cada persona. Así fue como los orientales inventaron la meditación, el yoga o la ceremonia del té. Acciones en procura de la no acción.
No poseeo fundamentos para deglosar los diversos caminos que conducen al vacío: el que procuran los medios, el que deviene de un trote prolongado o el que te transforma cuando concluyes una novela. Sólo soy dueño de la sensación. Al final de un libro me descubro lleno de ideas. Como al final de mis correrías, el dulce cansancio tiene el sabor de algo que denominamos paz.
La Era del Vampiro Cool
En la era del sida, los de por sí pálidos vampiros comenzaron a perder color en la industria del cine. Claro, ¿cómo explicar el incómodo hecho de que un chupasangre pudiera terminar infectado con el virus HIV luego de someter la yugular de una de sus víctimas?
Esa fue una de las tantas razones de su temporal extinción de las pantallas sobretodo en los 90. Con 10 años ya transcurridos del nuevo siglo, los vampiros tienen poderosas razones para salir de su tumba. El Sida existe pero de eso no se habla. Los guionistas subsanaron el problema del contagio con una anotación al margen. Antes de succionar, ahora los vampiros testean la sangre ajena con una simple incisión hecha por sus afiladas uñas. Prueban y dictaminan: es, buena. Y si no da, no da.
Lisandro Aristimuño: Río del sur
Jack & White
Es (o no es)