Veneno

Dependiendo de la distancia que tomemos de ellos, algunos tipos de veneno pueden prevenir, curar o matar. Pero la clave está en la distancia. O en la dosis, dirán. Me gusta pensar en términos un poco más poéticos: el veneno como una energía circular. Como el sol. Tirados en una playa, a ciento cincuenta millones de kilómetros, puede dejarnos un lindo bronceado. Un poco más cerca nos fulminaría sin piedad. Como el primer whisky con hielo de la noche que te invita a la charla. Ya tres te transforman en un tipo insoportable y balbuceante.

Este no es el lugar más apropiado para darle curso a una nueva perorata acerca de los excesos. Sólo apunto al hecho. ¿Tendrá razón Brian May cuando canta «Too much love will kill you». Supongo que a ciertos niveles «demasiado amor» deja de ser amor para convertirse en otra cosa. De todos modos, es una canción que no me gusta y que si me forzaran a escucharla un día entero tal vez sí podría terminar matándome.

En el fondo, si tiras de la cuerda, el veneno es una posibilidad intrínseca a todas las cosas.

En 1990 el joven Christopher McCandless,viajó hasta Alaska donde pretendía vivir al margen de la civilización. Se atrevió por un territorio salvaje, sin el conocimiento ni el equipo necesarios, y murió poco después de hambre. Alguien encontró un cartel en su refugio donde decía que había ido a buscar frutas silvestres y que necesitaba ayuda urgente. Así fue como el mundo se enteró de su final. McCandless se tiró de cabeza hacia el centro de su deseo y paradójicamente se perdió en su propia desolación. Imagino que aun moribundo logró entender que un poco de compañía y calor humano no le hubieran venido mal. Lo irónico es que, como no llevaba ni siquiera un mapa encima, jamás supo que había un refugio equipado para amantes del trekking a pocos kilómetros de donde falleció triste y agotado.

La Fender Stratocaster que Jimmy Hendrix quemó en pleno extasis musical en 1967 no sirvió de mucho después de la proeza, aunque 40 años después llegó a ser subastada, como reliquia, en 340.000 euros. Hendrix terminó hospitalizado después del concierto debido a las quemaduras en sus dedos.

Recuerdo también al personaje de «El perfume», de Patrick Süskind, “Jean-Baptiste Grenouille”, quien con unas gotas de su maravilloso perfume esparcidas en un pañuelo fue capaz de hipnotizar a una muchedumbre furiosa que quería su cabeza. Sin embargo, todo el frasco vertido sobre su cuerpo le resultó una apropiada forma de suicido (a la altura de su desquicio) cuando un grupo de personas atrapadas por el encanto del aroma se comieron a Jean-Baptiste Grenouille sin más preámbulos.

Buda habló del camino del medio, pero sin duda que en los extremos es donde está la diversión. Hay quien baja por las gritas de la Tierra y quien escala sus accidentes geográficos.

A pesar de lo dicho, existen situaciones que no remiten a ninguna desmesura y que, sin embargo, albergan buenos momentos. Allí no puedes establecer cantidades. No se pueden circunscribir mediante estadísticas que atraviesen techos históricos. Cuando escucho, «Blue in green» con Eliana Elías al piano, por ejemplo, no se me ocurren más que imágenes fragmentarias. Postales vividas de hechos vividos e imaginarios. Me sitúo mirando al mar. Caminando sin rumbo por ahí. Acariciando una piel. Alerta, bien despierto en ese minúsculo espacio sonoro, ubicado en quién sabe qué dimensión paralela, juego a que abro puertas. A que transcurro de un modo dulce y fresco.

En lo breve también hay plenitud.

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