Lluvia púrpura

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8 minutos, 41 segundos. Es lo que perdura en el éter “Purple Rain”, un poderoso clásico dentro de un disco poblado de grandes temas. Y en muchos sentidos, ese tiempo elástico, el que vive por fuera del que marca con frialdad un reloj digital, se nos hace insuficiente. Algo pasa, algo se tuerce mientras escuchamos la voz de Prince y luego sus guitarras distorcionadas y después las armonías ambivalentes de sus teclados. Una especie de incorrección en la geometría del espacio. Un “esto no debería estar sucediendo”. Pero sucede y el tema termina. Entonces lo ponemos de nuevo. Sólo para entrar en trance con la voz de Prince casi en susurros despechados: “I never meant to cause you any sorrow/I never meant to cause you any pain/I only wanted to one time see you laughing/I only wanted to see you laughing in the purple rain”.
“Purple Rain” (1984), el disco, es por supuesto también una película. Pero uno no puede figurarse la película escuchando el disco. La película es apena una anécdota que se suma a tantas y tantas otras anécdotas que componen, cual laberinto lujurioso, la vida afectiva de Prince. Una oda dulzona y complaciente a su figura de creador indomable. Un rito de iniciación cinematográfico. Prince es el chico de la moto que muchos hombres hemos soñado ser. Aunque en su caso, además canta y además baila. Para colmo, una canción le alcanza para robar el corazón de la chica. Qué jugador.
El disco es un asunto muy distinto. Son universos separados por quien sabe que barreras psicológicas. Son elementos rarísimos y valiosos, hasta rayar en lo exótico, los que le permiten a Prince elaborar desde un ideario naif verdaderas obras maestras de la música pop y pop por popular porque, en rigor, su sonido se ha vuelto inclasificable: pop, rock, funk, blues, clásico, vanguardia. Y un enorme ¡uf! Que se mezcla y entremezcla.
Algunas de sus letras tienen la sencillez y la fantasía de un poema adolescente. Son versos tiernos,  tontos, por lo que uno no puede más que dejarse conducir río abajo y enamorarse de ellos. Eso de: “Yo nunca quise ser tu amante de fin de semana/Yo solamente quise ser una especie de amigo/Baby, no podría sacarte de otra relación/Es una pena que nuestra amistad tuviera que terminar”. Todo esto dicho sentado en una fastuosa máquina de dos ruedas, con el bendito jopo haciendo acrobacia sobre su cabeza y la guitarra como una espada del amor cruzada en la espalda. ¡Guau! Y digo cien veces ¡Guau!.
Pocas canciones en la historia de la música contemporánea han alcanzado los niveles de éxtasis musical que caracterizan a “Purple Rain”. El tema comienza con el rasgueo de unas notas en la guitarra eléctrica que se prolongan hacia un destino que, si uno la escucha por primera vez, no debería resultar fácil de adivinar. ¿Sigue o termina? Pero de inmediato aparece su voz desde el fondo un poco improbable de una habitación: “Nunca quise provocarte ninguna pena/Nunca quise provocarte ningún dolor/Yo sólo quería  verte reir una vez/Quería verte riendo en la lluvia púrpura”.
Entonces el cielo se viene abajo. La lluvia púrpura cae torrencialmente y en el minuto 3, en el segundo 46, hace su aparición una vez más esa guitarra, el rayo eléctrico que estaba enfundado a la espera del momento justo. Como a un Santo Grial Prince la levanta y su llanto estremece la tierra. 
El resto son capas y capas de humildes pero efectivos acordes. Metáforas de una pasión desértica que crece, se expande y desaparece.
Purple rain

¿Que hay después de Steve Jobs?

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He aquí una frase que un accionista de Apple no quiere escuchar por estos días: Steve Jobs es el alma de la empresa. Porque indefectiblemente nos lleva a la incómoda conclusión de que Jobs es Apple. Y Jobs tiene cáncer. Otra vez.

En sus primeros 10 años de existencia, Apple funcionó como lo que debía ser: una prolongación de la afiebrada mente de Jobs. Esto más allá de la participación histórica de Steve Wozniak, quien luego de haber hecho su aporte no tardó en desaparecer del centro de la escena. Fue en ese periodo en el que surgieron las bases de lo que mas tarde sería un enorme y original proyecto empresarial: llevar a la computadora a la categoría de una heladera. O de un teléfono. O todo junto.

La historia es conocida, Jobs introdujo la inocografía, la tipografía y el diseño al incipiente negocio de las computadoras, por entonces enormes mamotretos sólo accesibles a los ingenieros y demás especialistas del rubro.

Después de la proyección vino la retracción. Es entonces cuando el nombre de Steve Jobs comienza por primera vez a desentonar en la estructura del gigante. Justamente la persona que Jobs había contratado para ampliar el campo de desarrollo de Apple, Jon Sculley, se transformó en su principal oponente. Muy atrás había quedado en la memoria de ambos aquella frase con que el fundador de Apple convenció a Sculley de dejar Pepsi por una empresa aun en crecimiento: «¿Usted quiere seguir vendiendo toda su vida agua con azúcar o prefiere cambiar el mundo?». Sculley optó por lo segundo, sin saber que -oh paradojas de la vida- estaba destinado a sacar del juego a Jobs.

A lo largo de esa década sin Jobs, Apple transcurrió por algunos de sus momentos más difíciles. Por un lado no supo resolver el haber perdido la exclusividad de la producción de computadoras con interfaz gráfica y, por otro, cuando tuvo la chance de transformarse en un gran proveedor del mercado -como lo es Microsoft o lo fue IBM- declinó y terminó pagando el precio de su soberbia.

En algún sentido, la figura de este joven eterno, vestido con jeans y pullover negro, delgado y de mirada hipnótica, resulta una pieza imposible de reemplazar. En Apple todos los caminos nacen y conducen a su oficina. Algo que, obviamente, no ocurre con Bill Gates y Microsoft.

El regreso de Jobs a Apple no sólo vino a solucionar un serio problema técnico de renovación de los equipos producidos en serie por la empresa, que empezaban a perder vigor dentro de un mercado en constante cambio, sino también a reestructurar la manera en que la compañía se veía a sí misma. Jobs volvió para limpiar la mesa de trabajo y actuar con una osadía que nadie había observado en años.

En el exilio, Jobs había creado Next y, más importante aun, Pixar, el estudio que hizo punta en materia de cine de animación. Con él desembarcaron las ideas, y ahora que se ha tomado una larga licencia por salud, todos temen que las ideas se hayan ido por la misma puerta por la que hace unos días salió. No es un miedo sin fundamentos. Desde su resurrección, Apple introdujo el Imac y la serie G3 y G4 de nuevas computadoras, el iPod, uno de los objetos más vendidos de la historia, y el iPhone. E iba por más.

A pesar de la crisis internacional, y aun con los rumores acerca de su mala salud, Apple ha venido saliendo adelante. Apenas un ejemplo: en el último trimestre de 2008, se vendieron 22,7 millones de iPods. Mientras que Apple Inc. logró un aumento de un 2% en sus ingresos derrotando las expectativas de Wall Street y consiguiendo un incremento de 7,87 dólares, un 9,5%, en sus acciones, que se cotizaban a 90,70 dólares, según se informó a mediados de esta semana. Desde que su fundador presentó la primera Mac, un 24 de enero de 1984, se han vendido más de 80 millones de Macintosh.

Hace apenas unas horas Tim Cook, el encargado de las operaciones de la empresa durante la ausencia de Jobs, y que el propio Jobs llamó en su momento acaso previendo esta situación, trató de calmar los ánimos Cook: «Los valores de nuestra compañía están muy bien afianzados. Creemos que estamos en la tierra para hacer grandes productos, y eso no ha cambiado».

La manera en que la empresa manejó la información acerca de la salud de Jobs -primero asegurando que se trataba de una deficiencia hormonal y luego confirmando un problema mucho más grave y el retiro de su líder hasta nuevo aviso- está siendo examinada por reguladores federales debido a las oscilaciones que esto provocó en el valor de la acción en la Bolsa. Un hecho en parte burocrático que no hace más que subrayar el enorme vacío que ha dejado su ausencia.

Artículo publicado originalmente en diario Río Negro.

El genio de Junior

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Fue el actor que, cuando desde el cielo cinematográfico el Dios Oscar preguntó: ¿quién se atreve a interpretar Chaplin?, dio un paso adelante. Y levantó la mano. Y gritó «Yo». Ese actor tenía el mismo nombre que su padre: Robert Downey. Lo llamaron Jr.

Como todo intento de homenajear, representar e iluminar la figura de un astro de la talla de Charles Chaplin, resultaba una tarea poco probable. Imposible. Hasta que Downey Jr. protagonizó la escena. Ahí lo tienen a Downey-Chaplin, en un raro momento en que realidad y relato se entremezclan de un modo sorprendente: siendo un don nadie, Chaplin debía convencer a un grupo de productores de que sí, efectivamente, era capaz de hacer reír a cualquiera. Y Downey-Chaplin, juntos, lo consiguen. En un entremés de singular malabarismo, el dúo termina en tierra, atrapado por la ferocidad simulada de su equipaje de mano. Aplausos. Ovación. Contratados.

Ésta no sería la consagración en la carrera de Robert sino el principio de un largo y lujurioso proceso de muertes, resurrecciones y explosiones. Como Robert De Niro, como Dustin Hoffman, como Marlon Brando, Downey Jr. ha demostrado un talento camaleónico. Pocos como él han podido asumir un personaje y fundirse tan perfectamente en él. Perderse en él.

Downey Jr. se involucra de un modo que nos hace olvidar que alguna vez actuó. Es decir: uno no va al cine a ver «Iron Man» y escucha a la gente exclamar: «¡Oh, éste es el que hizo de Chaplin y ganó un Oscar!». Más bien, nadie sabe que Robert Downey Jr. le puso el cuerpo a Carlitos. Nadie creería tampoco que ese mismo actor, que ahora luce duros abdominales y la necesaria prestancia de un muñeco de Hollywood, tuvo tantos problemas con las drogas que debió ser encerrado en una cárcel.

Sin embargo, Downey Jr. es uno de los escasos especímenes en Hollywood que no necesitan de la prensa ni de las apariciones públicas para subrayar la calidad de su trabajo. Por supuesto, Jr. tiene un lado oscuro. Toda una paradoja puesta a su servicio: es su sombra siniestra la que le facilita su capacidad de transformación. En lo relativo a su vínculo consigo mismo, Jr., brillante talento desatado, no es una excepción en el universo de las lumbreras. Él, al igual que Truman Capote, tiene un látigo que sólo usa para flagelarse.

Pero no hace falta observar las imágenes siempre crudas, oportunas, del canal «E!» para entender que su talento es también un componente básico de su maldición. Disfrutemos de «El detective cantante» y veámoslo, en proporciones tortuosamente equilibradas, sufrir y gozar. El cuadro definitivo es una actuación tan brillante que uno no entiende cómo a tipos como éstos no les inventan un premio especial. Un Oscar de titanio.

Son días luminosos. Jr. mira hacia atrás y piensa en lo duro y en lo indispensable que fue aceptar un papel de reparto en «Ally McBeal». Un personaje que elevó hacia alturas inesperadas, que sacó de la galera, que purificó como quien alienta la vida de una buena malta que se transformará en el más secreto y perfecto de los whiskys. Entonces se llevó el Globo de Oro.

Hoy puede y quiere darse el lujo de convertirse en la parodia de Robert Downey Jr., como el actor australiano Kirk Lazarus de «Una guerra de película», quien por alcanzar una cuota paroxística de credibilidad se hace pigmentar la piel y adquiere un acento del Harlem. En el final de esta divertida película, dirigida por Ben Stiller, Lazarus, entre lágrimas y en un ataque de sinceramiento, revela su verdadero yo: un actor de piel blanca y ojos azules. Aunque podríamos apostar a que debajo del Lazarus blanco hay un Jr. distinto. Un Robert Downey Jr que no conocemos. Alguien que actúa de alguien más.

«Sigue hambriento, sigue alocado»

Son días difíciles para una de las mentes más brillantes que haya dado el siglo pasado. Este discurso fue pronunciado en la Universidad de Standord, durante una cerememonia de graduación. Steve Jobs, quien recuerda que él sólo pasó unos meses en la universidad y luego siguió otro camino, relata tres historias maravillosas. Son algunas de las palabras más inspiradoras que haya escuchado en mucho tiempo. Hace un par de años lo leí, pero oir su voz, justo ahora, marca la diferencia.

Filosofía de un archienemigo

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El titular del “Gotica Times” diría algo así como: “El Guasón mató a Heath Ledger”. O, incluso, “Famoso actor de Hollywood, torturado y asesinado por El Guasón” o bien “El Guasón apagó una nueva estrella”. Todo depende de la creatividad y el sentimentalismo de quien lo redacte.

De este lado del espejo, sin embargo, debemos admitir que El Guasón no mató a Heath Ledger sino que fue el propio Heath Ledger quién terminó con su vida de un modo bastante extraño. Pastillas a granel. Todas para dormir.

Un par de semanas antes de su deceso en su departamento de Nueva York, Ledger le había advertido a una periodista de “The Guardian”, que hacía un tiempo -tiempo que coincidía con su trabajo interpretando a El Guasón- no lograba pegar un ojo por más de dos horas y encima, mal dormidas. Entonces los frasquitos, los sonmíferos y el colapso sin testigos.

La historia hará un día su compleja, voluminosa e infinita devolución de los acontecimientos. Pero Ledger evidenció, con cada uno de sus papeles, ser un hombre sensible y por lo mismo permeable al dolor. Fue un caballero medieval y lo vitoreamos mientras se debatía sin armadura. Luego, un vaquero gay, y nos hicimos sus amigos confidentes. Lo entendimos aunque no hiciera falta. Hasta que se transformó en El Guasón y quizás, sólo quizás, pudo obvervar con sus propios ojos la primera playa del infierno que se desarrollaba al interior del personaje.

Sus declaraciones al respecto, aquellas que explicaban el proceso de asimilación del veneno, la metamorfosis que lo llevaría a encarnar a un sociópata a todo color y en alta definición, no hacían pensar que Ledger estaba siendo sometido a algún tipo de martirio por parte de El Guasón. Nada que no pudiera manejar.

Nos basamos en un testimonio suyo acerca de cómo reconstruyó al archienemigo de Batman. Dijo Ledger: “Este personaje no tiene empatía por sus acciones, nada lo intimida; mi voz, mis líneas de diálogo, todo es muy exagerado. Me encantó interpretarlo, porque está loco. Trabajé de esa manera por cuatro meses. Fue soñado. Pasé cuatro semanas encerrado en una habitación de hotel, caminando como un loco e intentando encontrar una voz nueva, porque es fácil caer en la imitación. Después de un tiempo, encontré la veta: mi Guasón iba a ser más siniestro, un psicópata, un sociópata.»

Y su sueño, obviamente, tuvo elementos posteriores que lo acercaron a una pesadilla. Hay razones que en parte pueden explicar la intensidad con que el personaje invadió a la persona pero sobretodo hay razones para explicar porqué El Guasón de Ledger es el más perturbador todos los que se han representado hasta hoy.

Este Guasón no es tanto un emergente lógico de la ficción más pura nacida en la mente de tres caricaturistas de legendario talento, como un reflejo deforme, y no por eso consolador, de una época y de su desquiciado y atroz habitante, que si, lamentablemente sospechamos existe. El policía fiel interpretado por Gary Oldman advierte en una de las líneas más inteligentes del filme de Chris Nolan: hay gente que quiere lograr mediante sus acciones: dinero, poder o sexo. Y otra que lo único que desea es ver el mundo arder. Ese es El Guasón.

La contingencias políticas y sociales de las sociedades en las que vivimos nos han preparado para: luchas entre culturas, batallas promovidas por intereses supuestamente democráticos que esconden fundamentos de orden energético, escaramuzas crueles pensadas para ocupar fracciones de territorio, de hecho, nada nos sorprendería demasiado si un día nos invanden los extraterrestres, pero un loco obsesionado con incinerar el mundo hasta convertirlo en una estrella declinante: pues he ahí material de alta originalidad. Por supuesto, el copyright lo tiene un tal Nerón.

Un desquiciado con una bomba nuclear en la mochila, o con un virus letal en un frasquito presurizado que cabe en el bolsillo del saco, o un genio de las finanzas introduciendo números falsos en cuentas virtuales capaces de crear un hoyo negro financiero y hacer caer a la banca europea. Pueden ser. Y siguen las ideas apocalípticas de última generación.

Ledger encontró el corazón, el sentido último de este personaje que sin poseer ningún superpoder, es capaz de utilizar su desquiciada inteligencia como un arma propulsora del caos. Su atrevimiento, su osadía sin límites lo ponen por encima de todos los otros malos (que en esta segunda parte, intentan hacer una colecta para matarlo) y del propio Batman, quien no tiene herramientas suficientes para predecir su conducta esquiva. Justo él que se ha hiperconectado a cada uno de los habitantes de ciudad Gótica mediante un polémico programa de vigilancia.

Recordemos un episodio entre muchos: El Guasón llega de improviso a la reunión de capos mafiosos. Y antes de que comiencen a interrumpirlo les avisa: ¡voy a hacer un acto de magia!. Ubica un lapiz parado sobre la mesa y en cuanto uno de los matones viene a sacarlo de la escena, este lo empuja contra el lápiz y lo mata: ¡taran!, grita el Guasón. Magia, el lápiz ha desaparecido.

El Guasón no tiene un origen biográfico concreto. Los enciclopedistas del personaje han terminado por admitir que carece de un pasado verificable y que sus referencias familiares son cambiantes. El Guasón siempre reinterpreta su propia historia. De sus cicatrices aun hay discusiones abiertas. La versión oficial explica que hace varias décadas, en plena lucha cuerpo a cuerpo con Batman, fue a caer a un estanque lleno de productos químicos del cual salió con el pelo verde, la piel muy blanca y el rostro desfigurado. Más desfigurado aun por la intervención de un cirujano de poca monta que trató de ayudarlo.
No obstante, El Guasón de Ledger tiene una versión distinta de los hechos. Mejor dicho, dos versiones. La primera que aparece en el filme, es la más escalofriante de todas y es la que recordaremos. Tan brutal y, al mismo tiempo, atractiva es que en internet se han formado sitios y foros donde se debate la calidad de la escena. Una vez más: El Guasón entra al cuartel general de un grupo de mafiosos. Los mismos que habían ofrecido 500 mil dólares por capturarlo muerto. Los secuaces del Guasón traen el cuerpo del chiflado envuelto en bolsas de plástico y mientras lo malos (menos malos que él, por supuesto) disfrutan de su triunfo, el Guasón revive, toma del cuello al jefe de la banda y relata la anécdota más o menos así: Mi padre era un borracho y un maldito. Una de las noches en que atacaba a mi madre con un cuchillo, se me quedó mirando y me dijo (y aquí mejor conservar la frase original en inglés): Why so serious?. Puso el cuchillo en mi boca y…Why so serious?, se le escucha decir al Guasón, después de interrumpir el flashback para tajear, en el presente, a su enemigo.

El Guasón es el personaje que mejor representa la locura de una era. Un demente pero antes que eso un animal pensante. El instigador de fastuosos banquetes tragicómicos. El Guasón no hace más que recordarnos que debajo de su piel de psicópata, hay un corazón. Oscuro, pero corazón, al fin.

Why so seriuos?

Sos

Es posible, es verdaderamente posible, que no puedas traducir a palabras la vitalidad de este amor. Te pesa tanto como te da alas. Y te hace vivir. Y te hace sentir que, si, estás vivo. Que la rueda gira y tiene sentido. Que puedes ser rescatado. Respiras. Sos. 

Otro poema de amor

Baila conmigo que soy un gran bailarín. Mi padre me enseñó a los 12 años el inmortal paso del flamenco borracho. Un pie delante del otro en una sucesión sin fin y a increíble velocidad. Ven conmigo. Confía en mi, que sé encender el fuego. Un pozo en la arena. Una ramita, una rama y luego las llamas reflejando tus formas. Lo hacía allá en el campo. En los lejanos lugares de donde provengo. Ven conmigo que sabré cocinarte. Que encontraré el perfecto sabor para la perfecta forma de tus labios. Huye hacia donde nadie se atreve. Que yo lo conozco como la palma de mi mano. Y los techos del cielo me amparan y dios siempre está de mi lado. Dirás que soy un hombre agreste. Que mi barba en el exilio y mis dedos heridos, no son lo más bonito que has visto en toda tu vida. Dirás que parezco un ogro. Pero, baby, soy tierra adentro. O mar crecida. Soy infierno. Soy un diamante. Podrás calentar tu piel en mi piel. Nunca estarás sola. Yo pelearé las batallas por vos. Resignaré dignidad y honor, sólo para que no te pierdas o te encuentres. Duerme conmigo, que soy mullido. Escucha mi voz en la noche, que he aprendido a no desafinar. Si canto bajito verás que te tentará mi melodía ¿No me conoces de algún lado? ¿No me dibuste vos mientras soñabas con un dragón? ¿No me pediste a imagen y semejanza a la energía que un día nos desató? ¿No te hecho ya todas estas preguntas? Yo, que inventaré un camino. Que cortaré la maleza. Que viajaré en el tiempo. Que moriré. Por vos. Por vos. Por vos. Baila conmigo. Regálame la suavidad de tus movimientos. Abre la brecha. Ilumina el espacio con tus ojos.

Versiones

Smells like a teen spirit

Wonderwall

Hay versiones de nuevos o legendarios clásicos que hacen sentir que las canciones tienen más de una vida. Tantas hay como para elaborar fantásticos charts donde se encontrarán las mejores reelaboraciones de todos los tiempos. Desde una melodía de Bach, volcada a un tiempo menor por Phil Collins (y convertida en hit), hasta la bucólica intensión de Sid Vicius de parodiar a Frank Sinatra, pasando por los estandar de jazz pasados en limpio entre las paredes de la garganta de Rod Steward. Es decir, hay mucha tela para cortar.

Ultimamente me he encontrado con dos versiones de dos grandes temas del rock de los 90 que, literalmente, me han hecho estremecer. Aunque en estos casos suele decirse: me volaron la cabeza. Pues si, me la volaron.

Una es la que ha hecho ese muchacho de mirada pícara llamado Ryam Adams (no Briam) sobre “Wonderwall” de Oasis. No es accesorio recordar que “Wonderwall” contiene una de las más bellas letras del rock de todos los tiempos. Noel Gallagher va a quedar en la historia del género por muchas de sus composiciones pero sobre todo por esta. Versionarla es un acto de audacia y hasta cierto punto una forma de mostrarse rebelde frente a un grupo que siempre se jactó de belicoso. Pero, bueno, aquello es una postura generacional y “Wonderwall” una declaración de amor.

Si bien las comparaciones no vienen al caso, lo cierto es que Adams ocupa espacios vacíos y sigue nuevos caminos para llegar al mismo punto. Siendo diferente homenajea el verso y la melodía de “Wonderwall”. Su voz se arrastra nota tras nota y apenas se apura antes de llegar al final de cada frase. Un hecho que no pocas veces culmina con una suerte de falsete, de vocalización sobreexigida, como quien canta en la madrugada sin mayores pretenciones. El músico se hace acompañar por una guitarra acústica, con la que puntea las notas básicas del tema, obviando la posibilidad de un acorde que se imprima por sobre su interpretación. Desde un imaginaria penumbra Ryam Adams canta: “Because maybe/You’re gonna be the one who saves me?/And after all/ You’re my wonderwall”. Y el efecto no puede ser más definitivo. Nos deja solos y en un raro silencio.

La otra canción es “Like a Teen Spirit” de Nirvana, versionada en este caso por Patti Smith ¿Quién sino ella podía tomar las piezas de este himno generacional y poco menos que reinventarlo en una pequeña sinfonía acústica donde son las cuerdas las que apuntan el ritmo que originalmente le pertenece a una batería omnipresente? Patti, la reina del punk rock, la soberana de los pelos enmarañados, la vocera de un discurso inconformista que se ha expresado de un modo original y ejemplar a través de los años. Y ahí está, Patti, chamánica y visceral en esta mirada distinta del clásico del rock que una vez alimentó el alma de Kurt Cobain.

En Youtube, cuando no, hay un video muy mal grabado pero que al menos tiene la virtud de conservar el sonido de Patti Smith en un concierto para poca gente, donde cantó este arreglo. Su interpretación le nace en el vientre. Donde todo pasa: el deseo, el sexo y la maternidad. Te eriza la piel.

No hay que buscar demasiado como sucedia en antiguas épocas. Ambas versiones de las que hablo se pueden escuchar en el sitio deezer.com. Otro lindo hallazgo para quienes aman la música.

El bebé

Por Berta Flores

El bebé agarró con sus manitas el envase vacío de plástico verde
que había quedado en la mesa, intentó llevárselo a la boca, sin lograrlo.
Entonces, tironeándolo hacia uno y otro lado, lo llevó hasta rozar sus ojos negros,
que transmutaron verdes.
De esta manera el bebé pudo aprender el árbol y el pasto.

Poema del gaucho

Por Ramón Cárdenas

Primer gaucho que vino a estas tierras de Ultima Esperanza junto al Calafate y el cubrón.
El gaucho se divierte con el rugido del león y el salto de la liebre por las pampas y el ahullido del zorro y el planeo del condor por la cordillera.
Va el gaucho con pingo y su perro detrás de su piño con la nieve y la escarcha y el viento.
El gaucho va con su poncho guasquiando por el viento lo mismo que un fantasma llevando la manada va a su rancho donde nadie lo espera, paso la tranquera.
El gaucho miraba, tal vez extrañaba que la patroncita ya no estaba.
El gaucho le dice a su perro con palabras quebrantadas el rancho está solo nadie me espera.
Luego entró triste a su rancho prendió dos velas y puso la pava al fogoón junto a un simarrón y un cigarrillo.
Se puso a pensar en esa mujer que siempre lo esperaba con un café caliente y un pan del día.

Maldice mi amor

Como el torrente que vive en mi. Se salen de su cause. Afloran. Se van. Las palabras. Todas dicen lo mismo. Todas llevan consigo igual conjuro. Pero no estoy en condiciones salvo de amar. Amar y dejar ir. Tu barco que zarpa. Tu voz que se pierde en la oscuridad. Tus manos que aprietan y sueltan. Nada de esto es real. Te has ido. Has regresado del más allá. Y yo, que soy un fantasma. Una mirada al viento. Una canción que se repite hasta que dejas de percibirla. Y yo digo te amo. Y yo digo te amo. Y yo digo te amo. Se benditamente libre. Maldice mi amor. Escupe mi amor. Mierda con mi amor. Tu que puedes resucitar a los muertos puedes con mi cuerpo herido. Miente mi alma. Vete de aquí.

Why so serious?

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La más perturbadora escena en un filme poblado de escenas pertubadoras. El Joker cuenta por primera vez durante la película su versión acerca de cómo obtuvo esa horripilante sonrisa hecha a punta de cuchillo.
Why so serious?, le pregunta el padre al hijo. Why so serious?, insiste. Hasta que la violenta escena se hace obvia y se traslada al plano actual donde el Joker tiene la misma duda para con un maleante: Why soy serious?, le pregunta antes del final.
Heath Ledger desarrolla en “Caballero de la Noche” una brillante actuación que seguramente se llevará el Oscar. Será en su memoria.

http://www.whysoserious.com/

Corazón

De qué otro modo ponerlo sino de este. Cuando aspiras al corazón no hay pretextos en el medio. No hay cielo ni tierra que pueda contener el propósito. Es más que la piel. Es más que el placer. Es más que las palabras. Aspirar al corazón de alguien es un acto de conquista y descubrimiento. Es ir directo al espíritu. Es la guerra disfrazada de paz. Es entrar con tus pies descalzos a un nuevo mundo y así, desnudo, elaborar un conjuro. Perpetrar el hechizo.
Es tan complejo. Tan atrevido. Tan delicado este asunto que una palabra basta para arruinar el intento. Sin embargo, una palabra también puede abrir las puertas que permanecen cerradas.
Una vez que sucede te vuelves sensible al tiempo. Una cruel paradoja: Puesto que podrás saber como fluye, verás como huye, mientras la experiencia avanza. No hay margen para decir aquello que quieres. No te basta un te amo. Descifrando el misterio del otro, te pierdes sin remedio.
No sabes si es nostalgia. No sabes. Simplemente es. Y su eco. Su eco que no será tuyo, te convoca. No te basta un para siempre.
Para estos casos fueron hechas las playas. Las montañas a los lejos. Los glaciares derritiéndose. Para que nos encuentren caminando en los bordes. Ignorándolos. Indiferentes a su seducción. Con otra cosa en mente, andas. El corazón ajeno.

Volcanes

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Esta letra pertenece a una bella canción de Damien Rice. Me impactó su lírica y su ritmo, que aun traducida al castellano se mantienen.

No te quedes así
Porque te lastimarás las rodillas
Es cierto, besé tu boca y espalda
Pero eso es todo lo que necesito
No construyas tu mundo alrededor
de Volcanes que pueden derretirte
 
Y lo que soy para vos no es real
Lo que soy para vos no es lo que necesitas
Lo que soy para vos no es lo que tu significas para mi
Dame kilómetros y kilómetros de montañas
y te pediré el mar.
No te arrojes de ese modo
En frente de mi
Besé tu boca, tu espalda
¿Es todo lo que necesitas?
No tires de mi amor
Los volcanes me derriten

Y lo que soy para vos no es real
Lo que soy para vos no es lo que necesitas
Lo que soy para vos no es lo que tu significas para mi
Dame kilómetros y kilómetros de montañas
y te pediré
Lo que yo te doy es sólo algo por lo que estoy pasando
Esto no es nada nuevo, no, sólo otra fase de búsqueda
Lo que yo realmente necesito es aquello que me hace sangrar
Pero como una nueva enfermedad, Señor, ella es todavía muy joven
para andar con volcanes que te derriten
Besé tu boca
No me necesitas

Realidades secretas

Sobre el plano de la realidad que conocemos, se tejen otras realidades secretas. No son especialmente parecidas a esta que aparece frente a nuestros ojos. No tienen los mismos colores, ni las mismas texturas. Deambulan por los rincones oscuros de nuestra conciencia. Sin ser capaces de sentirlas, las presentimos.
Sabemos que existen puesto que cada tanto se muestran de maneras obvias. Los más incrédulos denominan a estos hechos revelatorios una simple casualidad. Yo pienso en ellos como en fugas de energía. Son rayos luminosos que atraviesan la tela herida que divide este universo de los restantes.
El arte es un emergente de las geografías superpuestas. Es accionar sobre una materia que nos resulta a medias conocida y a medias incomprensible. Pero no se requiere ser cineasta o poeta para encontrar pruebas de que existimos en un laberinto ilusorio.
Una canción, por ejemplo, tiene la rara virtud de trasladarnos hacia sitios desconocidos para luego reconocerlos como familiares. Alguien ha escrito una línea que nos identifica plenamente (¿nos conoce su autor?). No necesitamos componer el tema o la frase. Basta con escucharla, con pronunciarla.
De pronto, un movimiento, un sonido, la forma en que el sol ilumina un objeto, nos despierta. Nos abre la puerta hacia el vecindario que linda con nuestra rutina.
Un persona que nos cruzamos en un supermercado dice al pasar dos palabras en las que hemos estado pensando la noche anterior. En medio de una reunión a alguien se le cae un vaso de agua y ese acto pueril nos conduce a tomar un decisión que se aguardaba entre puntos suspensivos. Un perro ladra y suponemos que es un koan.
Quisieramos que la vida fuese un recorrido mucho más simple. Y no lo es.
Pequeños y grandes detalles esculpen el día a día. No hay suerte. No azar. No hay destino. Somos nosotros leyendo la realidad y siendo infinitamente leídos por ella.
¿Cómo sabemos que tal o cual persona puede marcar la diferencia en nuestra vida? ¿Que aquel no es el trabajo que deberíamos asumir? ¿Por qué si todo indica que lloverá, estamos convencidos de que no caerá una tonta gota?
Los sueños no son la elaboración sofisticada de un deseo sino la sospecha muy personal de lo que somos capaces de hacer si nos lo proponemos. Por ser este un acto íntimo, es que se vuelve incomprensible. El hombre más débil intenta la mayor de las proezas. El enamorado se tirá de una chimenea. El poeta se emborracha de versos en alemán. El loco escribe un método. El planificador se confunde y el caótico se encuentra.
Recibimos mensajes desde el cielo. Saber que tenemos oídos para escucharlos es tan perturbador como gratificante.

Henning Mankell o cómo reinventar el policial

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Fragmento de El Chino

Trailer de El Chino

Henning Mankell es uno de los más prestigiosos y vendidos escritores policiales de la actualidad. Sin embargo, este escritor sueco que vive parte del año en Mozambique, se resiste a la idea de verse como un autor de casos criminales y tanto sus “malos” como sus investigadores también suelen estar lejos del estereotipo.

Un crimen chino en Suecia

Hay más de una novela posible en la imponente obra de Henning Mankell, “El chino” (Tusquets, 2008). Una de ellas podría ser la de una pareja entrada en años que observa, no sin dolor, como su relación va naufragando en las pesadas aguas de la rutina. Otra, muy distinta, referiría a las intrigas políticas y económicas que unen a China con el continente africano. Y otra, hablaría de la amistad como un puente hacia el pasado y una forma de conjurar el presente por extraño o difícil que este pueda resultar.
Con cada una de ellas, Mankell tuvo la oportunidad de constituir una novela independiente. Con destino y temperamento propios. Pero no lo hizo. En su lugar, el escritor edificó una trama mayor donde todos estos argumentos suman al contenido general y giran en torno a un disparador verdaderamente poderoso: el asesinato múltiple de 19 personas, habitantes de una apartada aldea sueca.
Este sólo pretexto narrativo le bastaría a Hollywood para dar vida a una superproducción. Es más, uno ya puede imaginar una adaptación al cine donde lo único que quedará en pie de este complejo laberinto literario sean el crimen y su ejecutor.
Mankell le otorga una espacio considerable a cada argumento. Por momentos los superpone, los entrelaza, los hermana y los distancia, con el propósito de que su lector tenga la oportunidad de absorver la composición amplia de quien ha dado vida a esta partitura original. En una sóla novela se concentra un fragmento de la historia de la humanidad. Desde esa óptica, “El chino”, es una novela de enormes pretenciones. Si consigue o no su propósito, es un asunto que deben dirimir sus lectores. Lo cierto es que el intento existe y es válido.
“Yo nunca me he visto a mí mismo como un escritor de novelas policiacas. Creo que más bien estoy en otra tradición donde se usa el espejo del crimen para examinar a la sociedad, los tiempos y el mundo en el que te tocó vivir. Cuando me preguntan cuál es la mejor novela criminal que he leído, invariablemente respondo: Macbeth, de Shakespeare. Nadie la calificaría como una historia criminal, pero es precisamente eso, al igual que El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. Con esto quiero decir que no acepto incluir ningún tipo de estereotipos en mi trabajo.”, le dijo Mankell en una entrevista a Martin Solares.
Esta aclaración ayuda, si uno no se ha acercado a su última novela aun, a comprender el universo criminal que es capaz de dibujar Mankell. El mal surge de entre las páginas de “El chino” poco menos que como un elemento inherente a un sistema de valores y a una estrategia de índole político-económico. Los malos tienen sus razones y sus razones son poderosas.
En la misma entrevista Mankell explicó: “Una novela es un paisaje donde hace falta una carretera. Y la labor del novelista consiste en construir ese camino”.
“El chino” es por sobretodo la construcción de ese camino desde el cual observamos una realidad distante pero que al mismo tiempo descubre el entramado del mundo tal cual es hoy. Un asesinato múltiple que nos conduce primero a Suecia y desde allí a la China de fines del siglo 19, para luego ser disparados como lectores ávidos hacia la China contemporánea y mas tarde, Africa. Perfecto asesino, al fin, o perfecto escritor (otra figura admitible en este caso), Mankell no ha querido dejar cabos sueltos. Y este trabajo de teoría y comprobación de la efectividad del texto literario no es una operación menor.
Aun a costa de desacelerar el ritmo interno del relato, cuando se hace necesario, Mankell desarrolla extensas aclaraciones que ubican a su lector en un marco histórico y referencial. Con este método narrativo el escritor logra realzar el texto posterior. El entendimiento que alcanzamos de los motivos profundos, que alimentan la venganza en la mente desquiciada de un personaje, que es también el representante de distintos pensamiento modernos, sólo es posible porque antes nos han sido reveladas las claves de la historia que pesa sobre generaciones enteras.
Mankell nos hace recordar aquello de que después de todo nada, nada, es casualidad.