La lección de Obama

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Barack Obama quedará en la historia como una figura inaugural en muchos sentidos. Que haya sido el primer hombre de color en llegar a la presidencia de los Estados Unidos es apenas uno. La manera en que se enfrentó al desafío comunicacional de lograr la atención de las nuevas generaciones es otro y no el menos interesante.

Es sabido que los jóvenes y los jóvenes adultos no habitan los mismos espacios que los cuadros políticos más conservadores. No usan las mismas ropas ni mucho menos escuchan la misma música. No hablemos de los gustos televisivos.

En definitiva, entre un joven del siglo XXI y un político tradicional hay casi tantos puntos de coincidencia como los que existen entre un pibe cualquiera y sus abuelos. Obama y sus asesores eran fuertemente conscientes de esta brecha.

Si la montaña no va a Mahoma, pues ya se sabe cómo sigue el cuento. El punto es que los políticos de los más diversos países comienzan a dirigirse hacia el punto focal de los jóvenes. Si uno quiere ubicar a un joven ¿cuál debería ser el lugar más apropiado para encontrarlo? Pues, sí, la net.

En ese espacio onírico (o cuasi) viven, descansan, se relajan y hasta trabajan. Pensando en esto, Obama desarrolló una fuerte campaña de marketing digital que implicó la utilización de: Facebook, YouTube, MySpace y Twitter. Donde quiera que un chico de la flamante generación de potenciales votantes estuviese, ahí decía «Hello!» Obama para asegurar que «el cambio era posible».

Obama gastó medio millón de dólares en anuncios en Facebook. Desde el fin de la campaña su popularidad siguió creciendo llegando a los 4 millones de amigos. Durante las elecciones su centro de operaciones envió cerca de 13 millones de e mails.

El formato del mensaje tampoco podía ser el mismo y en esto Obama y los suyos también hicieron escuela. El político americano siempre se mostró ante el ojo web conciso, despojado y sin intereses extraños (algo con lo que George W. Bush hizo otra escuela) ¿Desean un típica postal familiar? Ahí tienen: Ccon los pies sobre la mesa ratona mirando los noticieros, acompañado por sus hijas (que en la Casa Blanca pueden y deben hacerse la cama) y su fiel y elegante esposa.

Resulta curioso ahora recordar aquellos largos discursos que mantenían por horas y horas a los antiguos políticos sobre un púlpito. Sus exclamaciones viscerales. Sus arrebatos de ira. Su pasión denodada. Ahora en cambio, el mensaje es poco menos que el medio. Una línea de 140 caracteres, un link, un emoticón alcanzan y sobran para definir un estado de las cosas. Las grandes exclamaciones están fuera de lugar.

Por otro lado, existe un tipo de contacto (habrá que ver luego si es imaginario o no) entre el político y su gente, que antes estaba vedado, por actitud y por la nulidad de estas tecnologías. ¿Qué está haciendo Obama por estas horas? Pues, sólo hay que ir a su Twitter y ahí lo descubrirán velando por los destinos del planeta. O al menos eso les gusta creer a los americanos.

A Bill Clinton una camarita en la Sala Oval lo hubiera vuelto aun más popular y más réprobo, por cierto (uno puede imaginarse el YouTube de sus correrías amorosas clandestinas). A John F. Kennedy tal vez lo hubieran mostrado dándole un pellizcón a la bella Marilyn. De hecho, hay una fotografía de Richard Nixon en plena crisis del Watergate que, ¡oh Dios!, lo sintetiza absolutamente todo. Quién sabe, otras épocas.

Por supuesto, no se trata solamente de «estar» sino de «qué» decir. Es obvio que pertenecer a un universo que hasta hace muy poco quedaba muy lejos del mundo político marca la diferencia entre unos y otros pero el verdadero desafío es cómo introducir una intención confiable en ese escenario.

Una de las primeras reglas que deberían conocer los políticos, y viene de larga data pues estaba en los mandamientos que recibió Moisés, es: «No mentirás». Porque al tiempo que los nuevos canales digitales conectan a ese político y sus posibles votantes, que no son otra cosa que la temida «Opinión Pública», todo lo que digan, escriban o hagan quedará registrado en la web. Y ya es vox populi: en la red nada se borra, los «objetos» sólo cambian de lugar.

Pongamos el caso de Aníbal Ibarra, que hace un tiempo fue descubierto mientras organizaba una «micro» campaña de salutaciones «justo» cuando caminaba por la calle con un movilero de televisión. Su «no manden más gente», dicho en susurros por su celular, no quedó enterrado en el horario marginal de un noticiero. A pesar de todas las desmentidas y explicaciones que dio el propio Ibarra durante días, nadie le creyó. YouTube sirvió como el hacha del verdugo. El video se reprodujo a través de miles de usuarios que consideraron inadmisible el comportamiento del político.

Habrá que ver cuántas veces el disparo de esta exquisita arma terminará saliéndole por la culata a su usuario.