Cosas simples

Con el movimiento de nuestros cuerpos calentamos el agua dulce de la pequeña pileta que tenemos instalada en el patio. No hace calor verdaderamente esta noche pero hemos sido capaces de crear nuestra propia atmósfera.

Somos, este trío compuesto por un padre y dos hijas, una isla lanzada al espacio infinito. Mejor aún: un grano de arena en la geografía de un planeta que parece el capricho genial de un dios somnoliento.

Una canción, un jazz aventurado y nervioso, viene desde dentro de la casa.

El tiempo transcurre a una velocidad que no tiene ninguna lógica. Entre las 4 y las 6 de la tarde pasaron no menos de dos semanas. Sin embargo, entre las 6 y las 10 de la noche apenas si medió un minuto. Oscurece y no hay novedades en el horizonte. No hay más planes salvo el de seguir hasta el final de la jornada.

Siento que, por sobre la algarabía de los críos y la actividad de andar chapoteando y a los saltos, se impone la voz sensual de un Cuba Libre. En un momento de tan exquisita simpleza me ratifico en que, justamente, los momentos simples de la vida son una quimera. En realidad, no existen.

Cada «momento simple» implica la sucesiva y compleja conexión de cientos de otras alternativas que apenas si definen un instante. Desayunar una manzana es el producto último de una saga que probablemente se inició hace muchos años.

La imaginaria pantalla de plasma que llevo en el interior de mi cabeza se puebla de fotografías recientes: un poco ebrio hablando de escrituras y revoluciones con dos amigos a la luz de la luna, una chica con un tatuaje tribal justo por arriba de sus nalgas, un trago largo compuesto por dos rodajas de limón, dos medidas de ron y una de Sprite. Una y otra vez pienso en El Quijote de la Mancha y no sé por qué. Y luego, en mi documental favorito «Perdido en La Mancha «, dedicado al frustrado intento de Terry Gilliam por dirigir la versión cinematográfica de la obra de Cervantes. Recuerdo, además, el mail de un chico furioso conmigo porque no me gusta Shakira. Y debería gustarme porque yo soy nadie… «¿me entiendes?».

Uno de los ángeles se ha subido a mi espalda. A los gritos pide diversión. Como a tiernos bebés que aún creo que son, los mezo con cuidado sobre el agua. Los bautizo en nombre de una religión profana.

El pasado reciente se apaga. No he contado más que 18 segundos desde mi último cronometraje. De eso estoy convencido. Empiezo a tiritar. Con una toalla grande cubro dos pequeños cuerpitos. Beso cabecitas de muñeca mojada. Tal vez todo esto sea un hecho anterior a Dios, como diría Cioran. Posterior a la historia e inmanente a la música, ya que alguien insiste en subir el volumen del equipo y el enojo de una trompeta me vuelve sordo.

Busco estrellas, como siempre, estrellas fugaces y de las otras. No encuentro ninguna. Me he quedado con la piel de gallina, goteando partículas de un material que no comprendo. Vivo en familia y al mismo tiempo definitivamente solo.

Quién no lo está un poco.

Publicado en diario «Río Negro»

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